**LEONARDO**
El día amanece despejado, como si el cielo también hubiera decidido darnos una tregua.
Nos quedamos en el hotel donde Camila se había estado hospedando. Es uno de esos lugares tranquilos, con aroma a flores frescas y madera pulida, donde el silencio se siente amable.
El sol se cuela por las cortinas, bañando la habitación con una luz dorada.
Nos preparamos para el encuentro.
Ella elige un vestido color crema, ligero, que se mueve con cada paso como si el aire la siguiera. Su cabello cae libre sobre los hombros, y por un instante pienso que no hay paisaje más hermoso que ese.
Yo, en cambio, me debatía entre los nervios y la emoción. Me puse una camisa azul y un pantalón beige; nada especial, pero me sentí distinto. Al mirarme en el espejo, apenas reconocí al hombre que alguna vez fui, ni culpa en mis manos. Solo una calma nueva, limpia, que lleva su nombre.
Respiro hondo.
Hoy, por primera vez en mucho tiempo, no siento miedo.
Camila se coloca frente a mí, la mirada firme,