**LEONARDO**
Despierto antes que ella. La luz de París se cuela por las cortinas como un suspiro dorado, suave, casi tangible. Que envuelve la habitación con una mezcla de calma y electricidad que me hace querer quedarme ahí, congelando este momento.
La veo dormir, serena, perfecta en su quietud. Cada línea de su rostro parece esculpida para recordarme por qué todo valió la pena: cada obstáculo, cada mentira que nos separó, cada instante de duda. Todo eso desaparece frente a este instante, frente a ella.
Y, sin embargo, un pequeño temblor de miedo me recorre: ¿y si no soy suficiente para ella? ¿Y si algún detalle rompe esta perfección que apenas hemos alcanzado? Sacudo la cabeza, riendo suavemente. Ese miedo es un viejo amigo que insiste en acompañarme incluso en los momentos más felices, aunque ya no tenga lugar.
Me levanto con cuidado, descalzo y cada paso es medido, casi ceremonioso. Me acerco a la ventana y miro París despertando. El Sena brilla como un hilo de plata que serpentea