–¿Cuidado? –Sophie suelta una risa breve, hueca. – Incluso lograste alejar a Liam… y eso, Amara, no fue por culpa de nadie más. Fue tu obra maestra– Sophie respira hondo, recoge el sobre y lo coloca de nuevo sobre el escritorio, esta vez con suavidad. –Firma cuando quieras –dice, y su tono ya no es rabioso, sino frío, casi mortal. – Pero no voy a quedarme aquí esperando a que un día decidas que yo también soy prescindible.
Amara la mira sin atreverse a moverse; durante un segundo la distancia entre las dos parece como un abismo lleno de cosas no dichas. Entonces, cuando la hoja se abre del todo y Sophie ya ha empezado a dar pasos al pasillo, el orgullo de Amara se quiebra en un susurro. –Espera –dice ella, levantándose de golpe. – No me abandones, por favor.
La súplica sale clavada en la garganta, bruto y desnudo. Sophie se queda inmóvil, la espalda recta, las manos que segundos antes sostenían la carpeta ahora suspendidas en el aire. El silencio se espesa. Y entonces Amara explota: