El despacho estaba en silencio, excepto por el sonido constante del dedo de Albert golpeando contra el borde del escritorio. Un tic nervioso que había regresado desde que vio las imágenes.
No las fotos.
No. Esas ya las había asimilado.
Lo que lo mantenía al borde era el nombre detrás del envío.
—¿Estás completamente seguro? —le preguntó al abogado, con la mandíbula apretada.
—Absolutamente. La metadata del archivo original, el seguimiento del correo físico y las cámaras de seguridad del edificio donde se entregó… todo apunta a la misma persona.
Albert bajó la cabeza, tragando la furia.
—Helena.
La traición no le dolía. No a él.
Lo que lo enfurecía era la forma.
Usar a sus hijos. A Emily. A su familia.
Difundir imágenes privadas. Reabrir el circo mediático. Y todo, mientras la prensa los despedazaba como si fueran criminales.
—Necesito que prepares la demanda. Completa. Difamación. Invasión de privacidad. Abuso de imagen. Todo. —Albert se levantó de golpe—. Y contacta al departamento d