(Narrado desde la perspectiva del periodista Bruno Orta)
Me llamo Bruno Orta. Y no, no soy uno de esos “periodistas de investigación” que creen que están cambiando el mundo. Yo solo cuento lo que vende. ¿La verdad? Sobrevalorada. ¿La ética? Un lujo de los que tienen el estómago vacío. ¿Yo? Yo como bien.
Cuando llegó el sobre marrón a la redacción, ni siquiera traía remitente. Solo tenía una etiqueta que decía: “Para tus ojos primero. Luego, para el mundo.”
Obviamente, lo abrí.
Y ahí estaban: las imágenes que todo medio en esta ciudad mataría por tener. Albert Brown —el magnate inalcanzable, el heredero dorado de la dinastía financiera Brown— en una cena romántica con Emily Thompson, la asistente que había sido el blanco de todos los rumores, especialmente después del escándalo de la boda fallida.
Pero esas no eran las únicas fotos.
Había otras.
Más personales. Más devastadoras. Más sabrosas.
Un hombre con una mujer en una cama, el rostro de Albert reconocible en una imagen borrosa, el