La imagen de Albert cargando a Ariadne había dado la vuelta al mundo. Literalmente. Estaba en portales de noticias, revistas del corazón, cuentas de chismes, memes, gifs, TikToks con canciones románticas, y hasta como fondo de pantalla en más de una oficina. La narrativa de la “familia secreta del CEO” vendía como pan caliente. Pero también, como toda historia buena, tenía su villana oficial: Emily.
—“Robamaridos”, “la niñera ascendida”, “la infiltrada del amor”… —leyó Emily en voz alta desde su tablet mientras bebía té de menta—. ¿Quién escribe estos titulares, Valeria? ¿Un grupo de tías amargadas con exceso de tiempo libre?
—Con respeto a las tías… sí —respondió Valeria desde la cocina—. Y el hashtag #NoTodoLoQueBrillaEsBrown también está en tendencia.
Emily bufó.
—Genial. ¿Ya hicieron camisetas?
—Casi. Hay una que dice: “Si no tienes una Helena, no eres CEO de verdad”.
Emily se puso la mano en la frente.
—¿Y cómo se supone que sobrevivimos a esto?
Valeria la miró con una son