A la mañana siguiente, el café en casa sabía menos amargo.
Emily estaba sentada frente a su laptop, en bata, con Ariadne dormida en una manta sobre su pecho y Leo peleando con su calcetín desde el corral. Alexander, en cambio, ya había hecho una alianza tácita con la cafetera: no dejaría a su madre en paz hasta que estuviera completamente despierta.
Valeria apareció en la cocina como un huracán vestida de scrubs, con una coleta apretada y una bolsa de pan artesanal que parecía costar más que todo el desayuno junto.
—Traje carbohidratos. Y noticias. —Dejó la bolsa sobre la mesa y le robó un beso en la cabeza a Ariadne—. ¿Ya viste el comunicado?
Emily alzó una ceja, desconfiada.
—¿Qué comunicado? ¿Albert publicó algo?
—No él. Su mamá. —Valeria la miró con una sonrisa triunfal—. La señora Brown. En persona. Publicó una carta abierta en el diario más leído de la ciudad. La firmó con nombre y apellido, y dijo —leyó desde su celular—: “Los nietos que el destino me concedió merecen respeto,