El consultorio médico olía a desinfectante, papel nuevo y a ese leve toque a lavanda que las clínicas privadas utilizaban para parecer más acogedoras. Pero Emily no sentía comodidad. Sentía que el aire se le iba por las costuras del vestido.
Estaba sentada en la camilla con una bata ligera de algodón azul cielo, las piernas colgando y las manos apretadas en el regazo. El médico revisaba la pantalla del ultrasonido con gesto concentrado. Valeria, sentada a su lado, le sostenía una mano con fuerza. Ninguna de las dos había dicho palabra desde que el gel frío tocó su abdomen.
—¿Pasa algo? —preguntó Emily al fin, con la voz algo temblorosa.
El doctor sonrió. Tranquilo. Serio.
—No. Bueno, sí. Pero nada malo, señorita Thompson.
—¿Entonces por qué esa cara? ¿Hay algo anormal?
El médico giró la pantalla hacia ellas.
—Lo que hay… es compañía —señaló tres puntitos titilando con ritmo constante—. Tres corazones. Tres bebés. Está embarazada de trillizos. Cuatro meses, aproximadamente.
Emily sinti