El eco de la ciudad europea no era tan ruidoso como el de su antigua vida, pero Emily aún despertaba con la sensación de estar llegando tarde a algo. Tarde a su trabajo, a sus emociones, a sus propias decisiones.
Se sentó en el borde de la cama de su pequeño apartamento amueblado con muebles de segunda mano y plantas que Valeria juraba que le hablaban en italiano.
—Llevas días sin dormir —dijo su amiga, saliendo del baño mientras se secaba el cabello—. Vas a terminar pareciéndote a una enfermera de hospital público. O peor, a mí en la guardia nocturna.
Emily se forzó una sonrisa.
—Estoy bien.
Mentira.
No había estado bien desde que abordó ese avión dejando atrás todo. O mejor dicho… a él. A Albert. A su vida. A sus ilusiones. A sus errores.
—Has vomitado cinco veces esta semana, tienes antojo de cosas que aquí no venden, lloras viendo comerciales de pasta… Emily, eso no es solo estrés —dijo Valeria mientras se sentaba a su lado con el ceño fruncido.
—¿Qué estás diciendo?
Valeria no re