La tarde en la oficina transcurría con una normalidad sospechosa.
Emily trabajaba en silencio, revisando por quinta vez las minutas de una reunión que Albert aún no había confirmado. A su lado, una taza de café frío y una caja de lápices mordidos como evidencia de su creciente ansiedad. Cada vez que abría el correo, temía encontrar otra nota de Helena, otra orden absurda, otro mensaje de “te estamos observando”.
Pero esa tarde fue diferente.
Albert salió de su oficina, sin chaqueta, con el ceño fruncido y las mangas de la camisa remangadas. Tenía el andar de alguien que cargaba una conversación incómoda entre los hombros.
—¿Dónde está Fabián? —preguntó sin rodeos.
Emily parpadeó.
—Salió hace un rato. Dijo que volvería más tarde.
Albert no respondió. Solo asintió y se fue sin decir adónde. Emily lo observó irse, como quien mira un incendio a lo lejos y se pregunta si llegará a su casa.
En un restaurante cercano…
Fabián cortaba su filete con tranquilidad cuando la silla frente a él se m