Albert no durmió. Tampoco lo intentó.
Después de ver los videos de seguridad, su cuerpo se había vuelto una mezcla de rabia contenida y desconcierto. Se duchó como si pudiera arrancarse de la piel la humillación de haber sido manipulado… otra vez.
La mañana siguiente fue directa. Clara.
—Te vas de aquí, Helena —dijo sin rodeos al verla salir de la habitación con su bata de seda y falsa sonrisa matutina—. Hoy mismo. Y no quiero verte en este penthouse de nuevo.
Helena parpadeó. Lo miró como si no hubiera escuchado bien.
—¿Perdón?
—Ya vi las grabaciones. Sé que me drogaste. Sé que fingiste una noche que no ocurrió.
El color desapareció de su rostro. Luego lo recuperó en forma de indignación falsa.
—¡Albert! ¿Estás insinuando que yo…?
—Estoy diciendo que lo vi. No lo estoy insinuando. No necesito una confesión. Solo quiero que te vayas.
Ella apretó los puños. No era la primera vez que Albert la alejaba. Pero esta vez… no la miraba con indiferencia. La miraba con desprecio.
—¿Y dónde me v