Helena
La copa tintineaba con delicadeza en su mano mientras caminaba descalza por el penthouse. El lugar olía a lavanda y madera cálida. El vino tinto respiraba en la botella. La música suave flotaba en el aire como una promesa apenas susurrada.
—Hoy va a pasar —dijo en voz baja, mirándose al espejo con una sonrisa gélida—. Ya no se trata de amor. Se trata de victoria.
Albert estaba por llegar. Había sido una semana intensa, lo sabía. Justo por eso era perfecta. Cansado. Emocionalmente drenado. Ideal.
Colocó una pequeña cápsula dentro de la copa que ya tenía preparada. Incolora. Sin sabor. Discreta. No haría daño… al menos no físico. Solo lo suficiente para desdibujarle la noche.
—Un poco de olvido no mata a nadie —susurró, mientras encendía una vela en la sala y dejaba caer su bata de seda por un instante, admirando su reflejo.
Cuando la puerta se abrió, lo recibió con una sonrisa tierna.
—Albert… qué bueno que llegaste. Tenías los ojos como tormenta. Necesitas una copa. Urgente.
Él