Desde su escritorio, Emily miraba fijamente la pantalla sin leer nada. La taza de café temblaba levemente en su mano. Ya no era la cafeína. Era el ambiente. Era todo.
Helena había vuelto a aparecer esa mañana con un vestido blanco impoluto, como si fuera a posar para una portada de revista en lugar de estar… merodeando por una oficina que no era suya. Y, como si fuera poco, le había lanzado una sonrisa de falsa cordialidad mientras dejaba una nueva nota sobre su escritorio.
“No olvides dejar libre la tarde del viernes en la agenda de Albert, tenemos un compromiso familiar. Asegúrate de que recojan su traje en la lavandería, debemos estar acordes a la ocasión.”
—¿Qué demonios quiere decir eso? —murmuró Emily, tomando el post-it entre los dedos con repulsión.
Lo más extraño era que nadie sabía exactamente qué hacía Helena ahí. No trabajaba en la empresa, no tenía ningún puesto formal… y sin embargo, actuaba como si el edificio le perteneciera.
Y Albert… no decía nada.
Eso era lo que más