El bufete de abogados estaba en lo alto de un edificio elegante del Midtown, con vistas a la ciudad que no ofrecían consuelo alguno. Albert cruzó el lobby sin detenerse, saludando con una leve inclinación a la recepcionista, y entró directamente en la oficina del hombre que había redactado más contratos de confidencialidad y acuerdos prenupciales que cualquier otro en la costa este: Richard Duvall.
Richard lo esperaba con una expresión que mezclaba respeto profesional y cierta incomodidad. Sabía quién era Albert. Sabía, también, que si estaba allí a solas… algo no iba bien.
—Albert. Qué gusto verte. ¿Quieres café?
—No. Quiero respuestas.
—Perfecto. Adelante, siéntate.
Albert se dejó caer en el sillón de cuero frente al escritorio, apoyando los codos en las rodillas.
—Quiero saber si hay alguna cláusula, alguna rendija, cualquier punto legal que me permita romper el compromiso con Helena McNeil sin que ambas familias armen una guerra civil.
Richard entrecerró los ojos y respiró hondo.