El autobús de traslado del servicio penitenciario se detuvo con un chirrido de frenos hidráulicos frente a las puertas de acero reforzado de El Muro. Llovía, una llovizna fina y persistente que convertía el polvo del patio en un barro grisáceo.
Valentina bajó del vehículo, encadenada de pies y manos.
Hace meses, cuando llegó por primera vez, bajó temblando, con los ojos llenos de lágrimas y terror. Hoy, bajaba con la cabeza erguida. El uniforme naranja le quedaba holgado, producto de las semanas de estrés y mala alimentación, pero su postura era la de un soldado que regresa al cuartel.
Las guardias la escoltaron por el pasillo central. No hubo empujones. No hubo insultos. Incluso el oficial, que solía disfrutar golpeándola con la porra, se apartó ligeramente para dejarla pasar.
Valentina ya no era la "mata-patronas". Era la mujer que había tumbado a la directora Carmenza. Era la sobreviviente del juicio de Nicolás Valente. En la jerarquía brutal de la prisión, Valentina había ascendid