Mientras tanto, en el mundo exterior, los sabuesos de Nicolás trabajaban.
Con recursos ilimitados, los investigadores desarmaron la identidad de "Valentina Martínez". Viajaron a pueblos fronterizos, sobornaron a funcionarios del registro civil y hackearon bases de datos olvidadas.
Lo que encontraron fue desconcertante: nada.
Valentina Martínez no existía. Su número de seguridad social pertenecía a una mujer fallecida en 1990. Su certificado de nacimiento era una falsificación maestra. No había registros escolares, ni médicos, ni laborales antes de su aparición en la agencia de empleo de los Ferrán.
Era un fantasma que se había materializado un día para servir café en la mansión Valente.
Tres semanas después de la orden, Eitan entró en el despacho de Nicolás. Traía una carpeta negra delgada bajo el brazo. Su expresión era grave.
—Señor Valente. Tenemos resultados.
Nicolás dejó los documentos de la empresa, frotándose las sienes.
—¿Y bien? ¿Quién es mi esclava?
—Ese es el problema, seño