—¿Tienes pruebas? —preguntó Nicolás con una sonrisa terrible—. Porque los periódicos dicen que las cuentas son tuyas.
Nicolás salió de la biblioteca, dejando a Marcos destruido. El coche lo esperaba. El juicio no se detenía. El show debía continuar, ahora con más urgencia que nunca.
A las 08:30 AM, el Palacio de Justicia era un hervidero.
Periodistas, manifestantes y curiosos se agolpaban en las escalinatas. Cuando el coche blindado de Nicolás llegó, los flashes estallaron como una tormenta eléctrica.
—¡Señor Valente! —gritó un reportero, empujando un micrófono contra el cristal—. ¿Sabía usted que su administrador sobornaba jueces? ¿Está usted implicado?
Nicolás bajó del coche. Su rostro era una obra maestra de la contención: dolor, sorpresa, indignación.
—Estoy devastado —dijo a las cámaras, su voz firme pero quebrada—. Descubrir que gente de mi confianza ha manchado la búsqueda de justicia para mi esposa Beatriz... es un golpe terrible. Pero no dejaré que la corrupción de un emplead