Capítulo 40
—Probablemente —admitió Galiano—. Pero quizás... solo quizás, su amigo Fernando fue lo suficientemente listo para dejar algo que únicamente usted entienda. Tiene cinco minutos antes de que los guardias regresen.
Valentina dudó. Era una trampa. Tenía que serlo. Pero la mención de Fernando era un imán irresistible. Rompió el papel de aluminio. Era un smartphone barato, encendido y listo.
Sus dedos temblaron mientras tecleaba. No necesitaba mirar el papel que se había tragado; los números estaban grabados a fuego en su memoria.
32-15-44-09-L-U-Z
No eran coordenadas. No era una cuenta bancaria. Lo ingresó en la barra de búsqueda del navegador seguro.
La pantalla parpadeó y cargó una página web oscura, con una dirección IP numérica.
Se abrió una transmisión de video en vivo.
La imagen era granulada, en blanco y negro, con la fecha y la hora actual parpadeando en la esquina. Parecía la transmisión de una cámara de seguridad obsoleta.
La cámara estaba fija en un plano estático: un