El aire de la mansión Valente, siempre pesado y silencioso, se había vuelto denso y tóxico después del amanecer. Las paredes de piedra parecían retener el eco del disparo de la noche anterior, vibrando con una tensión que erizaba la piel.
Oficialmente, la versión que circulaba entre el personal de servicio era la del "incidente del cazador furtivo". Se decía que un intruso había intentado saltar la verja y que un arma se había disparado accidentalmente durante la persecución. Pero los sirvientes no eran estúpidos; los susurros sobre la histeria de la señora Beatriz, los gritos ahogados en el ala este y la presencia constante del jefe de seguridad patrullando los pasillos eran la verdadera moneda de cambio en las cocinas y lavaderos.
Valentina se movía por la casa con una calma robótica. Después de la humillación en el lavadero y la orden de limpieza de Nicolás, su máscara de sumisión era impecable. Había sido enviada a pulir la plata del comedor principal, un trabajo minucioso y repet