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Capítulo 13: El vuelo caliente y apretado.

El viaje a Moscú había sido corto, apenas dos días de reuniones tensas y nieve que lo cubría todo, pero Viktor decidió volver antes de lo planeado. “Más trabajo en Nueva York”, dijo seco esa mañana, sin mirarla a los ojos, como si las palabras le quemaran la lengua. Sofía no preguntó. Aceptó, como siempre hacía ahora, con esa calma que había aprendido a ponerte como armadura. Guardó el vestido azul cosido en la maleta, junto con los pocos recuerdos de Moscú que no dolían tanto.

El jet privado despegó al atardecer, dejando atrás la dacha blanca y el frío ruso que se colaba hasta los huesos. El interior era el mismo lujo intimidante: asientos de cuero crema que olían a nuevo, mesa baja de madera fina con botella de vodka y vasos cristalinos, turbina ronroneando suave como un secreto. Sofía se sentó junto a la ventana, el vestido gris suave cayendo fluido sobre su cuerpo, ocultando las marcas que aún latían bajito. Cabello alborotado rozando el cuello, manos quietas en el regazo, mirada perdida en las nubes que se teñían de rosa y naranja por el sol cayendo.

Viktor se sentó frente a ella, piernas abiertas como siempre, vaso en mano desde el primer minuto. El piloto anunció vuelo tranquilo, cinco horas de regreso a Nueva York, y cerró la cabina. Silencio al principio, solo el ronroneo del motor y el tintineo del hielo en el vaso de él.

Sofía miró las nubes, mente lejos. El viaje había sido extraño: Linu besando sus nudillos, Viktor apretando cintura como posesión, pero también esa duda en sus ojos cuando vio el vestido cosido. Algo picaba. Algo cambiaba. Pero ella no confiaba. No todavía.

Viktor no apartaba la mirada. Ojos grises fijos en ella, intensos, como si la viera por primera vez después de tanto tiempo rompiéndola. El vaso subía y bajaba, vodka bajando rápido, garganta tragando fuerte con cada sorbo. Respiración agitada, caliente, pecho subiendo pesado bajo la camisa blanca desabotonada en el primer botón, telaraña tatuada asomando como amenaza viva.

Sofía sintió el peso de esa mirada quemando la piel. No levantó la vista al principio, pero el cuello se calentó, el corazón latiendo un poquito más rápido. "Me está devorando con los ojos", pensó, miedo pinchando bajito. "Como siempre. Como si fuera carne".

Él tomó otro trago largo, el vaso golpeando la mesa con un ruido seco.

—¿Por qué tan quieta otra vez, Sofía? —preguntó al fin, voz ronca, como si las palabras le costaran salir, cargadas de algo que no era solo furia—. En Moscú... con Linu besándote la mano, diciendo que valías cada rollo... ahí hablaste. Cordial, dijiste. Pero conmigo... nada. Silencio. Como si te hubiera cortado la lengua.

Sofía giró la cabeza despacio, mirada penetrante encontrando la de él por primera vez en el vuelo. El miedo estaba ahí, jadeando bajito en el pecho, pero lo guardó detrás de la calma.

—Hablar duele más —dijo suave, voz temblando apenas en el final—. Gritar, pelear... duele. Tú ganas siempre. Aprendí.

Viktor apretó el vaso, nudillos blancos, ojos bajando al lunar, al cabello frizz, al vestido que caía perfecto ocultando pero abrazando formas reales. Respiración más agitada, caliente, como si el aire del jet se hubiera vuelto espeso.

—Aprendiste —repitió burlón, pero voz rompiéndose leve—. Me gusta cuando peleas. Cuando lloras. Esta... esta quietud tuya me vuelve loco, Sofía. Me hace querer romperte otra vez, hasta que grites mi nombre como antes.

Ella jadeó bajito, miedo real subiendo por la garganta. "Me va a romper aquí, en el jet, me va a doler como la correa". Manos temblaron leve en el regazo, pero levantó la barbilla.

—Rómpeme entonces —dijo calmada, voz fuerte ocultando el temblor—. Es lo que haces. Lo que sabes hacer.

Viktor dejó el vaso, mano bajando al pantalón, apretando fuerte sobre la tela tensa, controlándose por pelo. Respiración agitada, calor subiendo, ojos hambrientos devorándola.

—No aguanto más —confesó ronco, voz temblando de deseo crudo—. Esta calma tuya... me quema. Quiero entrar en ti ahora, aquí, hasta que admitas que eres mía y solo mía. Que nadie más te mira como yo. Que Linu y sus besos de m****a no valen nada.

Sofía jadeó más fuerte, miedo y calor mezclados, cuerpo tensándose.

—¿Aquí? ¿En el jet? —preguntó, voz rompiéndose, mirando la cabina cerrada, el piloto lejos.

Él se levantó, vaso cayendo, vodka derramándose. Se acercó, peso pesado, aliento quemando.

—Aquí —gruñó, mano tomando su brazo, tirando suave pero firme al sofá largo lateral—. Ahora. Ven, gordita. O te arrastro.

Ella cayó, vestido subiéndose, muslos rozándose. Viktor encima, peso aplastando, aliento vodka y deseo.

—No pelees —gruñó, mano subiendo la falda lenta, dedos rozando piel marcada—. O peleo yo hasta que supliques.

Sofía jadeó contra su hombro, miedo real, pensando "me va a doler, me va a romper otra vez", pero cuerpo traicionero calentándose.

—No peleo —susurró, voz temblando—. Pero no rompas más.

Él paró un segundo, mano temblando en la tela, ojos grises quemando en los de ella.

—No romperé... hoy —confesó ronco, voz rompiéndose—. Solo... te necesito. Ahora.

La tomó, lento al principio, posesivo pero sin brutalidad total. Embistidas profundas, ojos fijos, respiración agitada mezclada. Sofía jadeó contra su cuello, cuerpo respondiendo, mente guardando el miedo y el placer confuso.

—Dime que eres mía —gruñó él, voz ronca de deseo, mano en su cintura carnosa.

Ella jadeó, voz rompiéndose.

—Soy... tuya.

Él se corrió con gemido bajo, quedándose encima, peso caliente, aliento agitado contra su piel.

El jet siguió volando, nubes abajo.

Viktor se apartó lento, arregló ropa, sirvió vodka para los dos, vaso temblando leve.

—Toma —dijo, ofreciendo.

Sofía bebió, garganta quemando, cuerpo temblando aún.

—Gracias —susurró.

Él miró la ventana, nieve lejana.

—No agradezcas. Solo... obedece.

Pero su mano rozó la de ella en la mesa, leve, sin retirar.

Sofía no retiró.

El vuelo siguió.

Nueva York esperando.

Pero el silencio... ya no era el mismo.

El aterrizaje fue suave, la noche cayendo sobre la ciudad. Viktor tomó su mano al bajar, apretón posesivo.

—Casa —dijo bajo—. Mañana más negocios.

Sofía asintió, vestido gris ondeando.

Casa.

Donde todo empezó.

Y quizá... y solo quizá, más adelante algo podría cambiar.

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