Más tarde, Simón pasó a buscarla y la condujo al despacho presidencial de Grupo Guzmán.
—Alejandro está ocupado, ponte cómoda —avisó; después de tantos años, no hacían falta ceremonias.
Luciana se dejó caer en el sofá sin ganas de moverse.
El teléfono vibró: era un mensaje de Alejandro.
—La ropa para esta noche está lista en la sala de descanso. También te dejé tus botanas favoritas; come algo.
Suspiró, guardó el móvil y se irguió con pereza rumbo a la sala privada. Apoyó la mano en el picaporte justo cuando la puerta principal se abrió.
Una asistente entró guiando a Luisa.
Al verla, Luisa se quedó boquiabierta.
—¿Lu… Luciana?
Ella respondió con una sonrisa tranquila.
—Luisa.
—Tú… —Luisa se humedeció los labios, entre sorprendida y divertida—. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a ver al señor Guzmán?
Luciana no encontró razón para explicaciones largas, así que asintió:
—Sí.
Luisa frunció el ceño, advirtiéndola:
—Esa puerta lleva al salón de descanso. El señor Guzmán no permite que nadie entre ah