¿Has imaginado despertar y no saber ni tu nombre? Livy despierta en una habitación, solo para descubrir que desconoce quién es. Y Sebastián, el apuesto chico a su lado es un desconocido, pero también dice ser su marido. Sin saber de dónde vino o quién es, Livy poco a poco descubre que su pasado estaba teñido de peligrosos y electrizantes matices. Y sobretodo, descubre que el chico con ella es tan amenazador y astuto como para temerle y amarle al mismo tiempo.
Leer másMiré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio.
Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo.
—¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás.
Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya.
Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada.
—Te amo, Livy. Gracias por casarte conmigo.
Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, me tomó de la cintura con un brazo y me cargó. Riéndome, anclé mis piernas en sus caderas. Me abracé a él por completo.
—Mi señor...
Con nuestras miradas al mismo nivel, delineé sus labios con un dedo, acaricié su mandíbula, me sumergí en el abrasivo color de su sombría mirada.
—Nunca fui tan feliz —suspiré acercando mis labios a los suyos—. Tú y nuestra habichuela me han hecho la chica más feliz del mundo. No me arrepiento de nada, de absolutamente nada.
En lugar de responder, él colocó una palma en mi espalda baja y me atrajo cariñosamente hacía sí, hasta unir nuestros cuerpos por completo. Y por primera vez, nos besamos al mismo ritmo, a la par, persiguiendo la misma intensidad.
Cuando, entre risas y besos, caí en la cama sobre él, no me avergoncé en absoluto. Es más, le sostuve la mirada mientras me subía la falda del blanco vestido y me deshacía del corpiño.
Apenas quedé semidesnuda, me incliné sobre él y apoyé ambas manos a cada lado de su cabeza. Nos miramos a los ojos, yo midiendo mis deseos, y él apenas conteniéndolos.
—Lo amo, mi señor.
Soltó un ronco gemido al sentirme tan cerca.
—Y yo te adoro con locura, Livy.
No espero un segundo más, me tomó por las caderas y comenzó a besarme con verdadera hambre. Su cuerpo pronto empezó a moverse contra el mío.
Hice una mueca y gemí contra su boca. Todo eso se sentía irreal. Era cómo un sueño, los sonidos eran mas nitidos de lo normal, y los colores de la habitación, eran muy brillantes y coloridos.
—Livy, yo también te amo...
En cuanto puse un pie en la propiedad, supe que algo no andaba bien. Había al menos 10 coches en la entrada, y un puñado de hombres vigilando. Y del interior de la casa, emergía una serie de gritos de terror puro. Temblé mientras salía del Moserati. —¡Livy! Volteé inmediatamente, sorprendida de encontrarme a Isaac allí. —No puedo creerlo, volviste —dijo, deteniéndose a un paso de mí. Sonrió —. Realmente volviste. Le devolví la sonrisa. Me había tardado un poco más de lo planteado en regresar, pero, elegir a Sebastián no había sido sencillo. Nada sencillo. —Lo siento, había tanto que solucionar antes de volver... Un agudo grito agónico escapó de la casa y me hizo estremecer hasta los huesos. Miré la propiedad con temor. —Isaac, ¿qué ocurre? —murmuré. Él exhaló profundo, mirando la casa con inquietud. —Es Sebastián —dijo—. Cuando pasó un mes y no había rastro de que volverías, él simplemente dejó de esperarte, pareció que no le importabas. Dejó de hablar de ti y volvió al pasado
—Lo siento, pero no quiero... volver allí —murmuré con lágrimas en los ojos—. Deseo ver a mi hermana, pero no creo estar lista para verla bajo una lápida. Y menos... creo estar preparada para encontrarme en esa vida de nuevo. Demián vino hacia mí y me abrazo. —Livy, por favor —suplicó besándome en la coronilla—. Ven a casa conmigo. Ese es tu lugar, conmigo, no con él. ¿De verdad era así? Demián y yo estábamos listos para formar una vida antes que Sebastián apareciera; pero también, todo en nuestra relación estaba mal: él era autoritario y explosivo, no me veía como una compañera o pareja, sino como una propiedad de su exclusivo uso. Y yo ya estaba harta de ser usada, de ser un objeto de placer y venganza. —Lo siento, Demián, pero no puedo —respondí y zafándome delicadamente de sus brazos, retrocedí un paso. Lo miré con autentico dolor. —Creo que, si volviera contigo, nada sería lo mismo. Yo ya he estado con otro hombre, y no creo que puedas vivir con ello... —Lizbeth, n
Después de todo lo sucedido antes del enfrentamiento entre mafias y después de mi matrimonio con Sebastián, jamás hubiese imaginado que volvería a estar con Demián. Jamás me hubiese imaginado abrazándolo y permitiéndole tocarme. Jamás me hubiese visto en esa situación: dejando que me estrechara entre sus brazos mientras, sorpresivamente, me besaba con intensidad. Jadeé contra sus labios, incapaz de respirar, incapaz de pedirle que se detuviera. —Mi Livy —musitó besándome, apretándome contra sí—. Gracias por volver. Gracias por estar aquí. Por un breve minuto, no me opuse al beso, todo lo contrario, dejé que mis labios exploraran los suyos, que reconocieran al hombre que había marcado mi vida con tantas emociones. Dejé que mis manos acariciaran sus anchos hombros y descendieran por sus fuertes brazos, mientras sus manos bajaban por mi espalda, hasta alcanzar mis caderas. Pero cuando sentí como me sujetaba firmemente contra su cuerpo, al tiempo que intensificaba nuestro beso, t
Apagué el motor a las afueras de su hotel y apoyé la frente en el volante un momento. Aun no lo creía, pero Sebastián realmente me había dejado ir. Incluso me había dejado llevarme su Moserati. Incluso me había llevado hasta el coche y despedido con una sonrisa triste. Incluso me había besado y dicho que me esperaría hasta que decidiera regresar a su lado, aun sí eso nunca ocurría. Minutos después, levanté la mirada y miré largamente el edificio a mi lado. Ya no quería seguir así. Ahora que al fin había conocido ese lado atemorizante de Sebastián, y ahora que recordaba toda mi relación al lado de Demián; finalmente había alcanzado un punto sin retorno. Estaba ocurriendo lo que Abril había anticipado tiempo atrás: “... Ya quiero ver a quién destruyes, Evelyn Isfel, o más bien, Lizbeth Ricci. Seguro tu decisión será un escándalo y, quizás, traiga consigo todo un caos. Ninguno de esos dos hombres te dejará ir tan fácilmente. Recuerda que ninguno es un ángel, los dos son terribles
En cuanto me había soltado a llorar en medio del sexo, Sebastián salió de mí y se marchó de la habitación sin siquiera mirar atrás. Pero envió a una empleada para que me diera de cenar, apenas pude probar bocado. De esa manera trascurrió otro día, y cuando creí que habíamos alcanzado un punto sin retorno, la empleada volvió a visitarme. Pero en lugar de traer consigo una bandeja de comida, lo que traía era una gran caja negra. —He preparado en baño para usted, señora —dijo y depositó la caja sobre la cama. Al verme mirarla con desconfianza y recelo, ella señaló —. Y esto, el señor quiere que baje y cene con él. Además, ha dicho que no admite replicas ni negativas. Alejé la mirada de ella y de la caja hasta que el baño estuvo listo, entonces no me quedó más que entrar en la bañera y esperar que no volviéramos a discutir. Porque, a pesar de desconocerlo y temerle, él y yo aun seguíamos juntos. Aún era mi marido, y aun lo amaba. A pesar de todo, y aunque deseaba no hacerlo más, yo
“... La navaja rozó mi cuello. —¡Escúchame, idiota, no se te ocurra intentar...! De un ágil movimiento, Demián levantó su arma y disparó una vez. Cerré los ojos y contuve un grito. Un segundo después, el hombre me liberó. Vi su mano soltar la navaja y casi al mismo tiempo, escuché su pesado cuerpo impactarse contra el suelo. Temerosa, no me volví, aunque sabía que había muerto. Solo permanecí allí, de pie, temblando cómo una hoja. Apenas un instante más tarde, Demián llegó hasta mí y me abrazó con fuerza. Yo no le devolví el abrazo, aunque tampoco me negué. —Tranquila, ya estoy aquí —musitó acariciándome la cabeza—. Lamento haberme tardado tanto. Al principio no reaccioné, solo miré a sus hombres recorrer la casa entre disparos, gritos, órdenes, y mucho tumulto. ¿Estaban matando a todos lo que se hallaban allí? Parecía ser así. —¿Livy...? Demián se alejó un poco para poder verme a la cara. Entonces, cuando vi su ceño fruncido a causa de la preocupación y la angustia
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