La pequeña hundió la cucharita, la cargó y la acercó a los labios de Luciana.
—Gracias, mi amor —dijo ella, degustando el helado con una sonrisa que le cerró los ojos.
Mientras madre e hija compartían el momento, el celular de Luciana sonó. Contestó y su expresión cambió.
—A… Alejandro.
Él frunció un poco el gesto al notar que casi lo llama “señor Guzmán”, pero enseguida la oyó corregirse.
—Ajá —respondió con voz firme—. Dentro de un rato Simón pasará por ti. Ven a la oficina.
—¿Ocurre algo? —preguntó, apretando el teléfono.
—Esta noche me acompañas a una cena de negocios.
—¿Perdón? —Luciana se quedó pasmada. ¿También debía asistir a sus cenas?
—¿Por qué callas? —increpó él—. ¿No quieres? ¿Crees que no es tu obligación?
—No es eso —se apresuró a explicar Luciana—. Pero por la noche no puedo; debo quedarme con Alba.
No iba a enviar a su hija con Miguel cada vez que Alejandro tuviera un compromiso. El abuelo ya hacía bastante, y la niña era su responsabilidad.
—Igual vas a regresar —gruñ