—Yo… —balbuceó ella—. La oficina de secretaría me llamó. Tenía entendido que esta noche debía acompañarlo.
Durante los últimos dos años, si él no indicaba otra cosa, era Luisa quien asistía como acompañante a sus eventos. Hoy, al no recibir una orden distinta, la secretaria la envió.
En ese instante, Luisa recordó a Luciana: ¿sería ella la elegida?
Alejandro se masajeó el entrecejo.
—No te necesito esta noche. Fue un error del departamento de secretaría; me encargaré de la sanción. Puedes irte.
Luisa palideció, pero él ya no la veía: tomó el móvil y marcó a Luciana.
—¿Sí? —contestó ella enseguida.
—¿Dónde estás? —inquirió él, suponiendo que aún no llegaba—. ¿De la casa aquí se te hace eterno? ¿Vienes gateando?
—Alejandro —chispas de enojo chisporrotearon en su voz—. Antes de insultar, revisa los hechos: aunque hubiera venido gateando, llegué, estuve ahí… y ya me fui.
—¿Y a dónde fuiste?
—Eso no te incumbe. —La irritación le hervía—. Acepté acompañarte, sí, pero tengo principios. Si pie