Aquel viaje a Toronto estuvo lleno de risas y momentos felices.
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Ocho meses después, Martina dio a luz a un niño en el Hospital Santa Misericordia.
Era un bebé grande, casi de cuatro kilos, gordito y sano.
Se convirtió en el primer nieto de los padres de Martina y en el nieto más pequeño de la familia de Salvador. Desde que llegó al mundo, parecía que ya había nacido con la cuchara de plata en la boca.
Por motivos de salud, Martina no pudo tener un parto natural; tuvieron que practicarle una cesárea.
Salvador también entró al quirófano. Primero esperó en la sala de preparación y, cuando nació el bebé, lo dejaron pasar.
Se puso la bata estéril y los guantes, tomó las tijeras que le pasó el médico y cortó el cordón umbilical que todavía unía al bebé con su madre.
Luego, con el niño en brazos, se acercó a Martina y los estrechó a los dos contra su pecho.
—Marti, gracias por todo lo que aguantaste.
Martina curvó los labios en una sonrisa.
—Sí.
Cuando salieron del quirófano, llevaron a M