“¿Tan grave…?” pensó Alejandro, sintiendo que se le helaba la sangre.
El médico miró a la pareja y les dijo:
—Necesito la firma del esposo para autorizar la cirugía.
Alejandro estaba a punto de asentir, cuando Luciana lo interrumpió:
—No… él no es mi esposo. Firmo yo sola.
—¿No lo es?
El doctor se mostró sorprendido; era evidente que pensaba que formaban una familia.
—Sí, lo haré yo.
Mientras se tratara de una cirugía menor y la paciente estuviera consciente, no había problema. Una enfermera le acercó la pluma.
—Firme aquí, por favor.
—Está bien.
Alejandro se volteó, un tanto molesto. Ahora ni siquiera tenía derecho a firmar por ella.
Terminado el papeleo, Luciana fue llevada al quirófano. Alejandro se quedó en la sala de espera, con Alba en brazos. La niña, agotada por el susto, se quedó dormida al poco rato, con la boquita entreabierta y un suave ronquido que lo hizo sonreír. Entonces, Alejandro se quitó el saco y la envolvió con cuidado, dejando libre solo su carita regordeta.
—Tu m