Elisa, una bailarina exótica y estudiante universitaria, jamás imaginó que una noche cualquiera se convertiría en su peor pesadilla. Involucrada en un fatídico incidente que termina con la muerte del mejor amigo de un despiadado mafioso, Elisa se encuentra atrapada en un juego mortal donde la piedad no tiene cabida. Este mafioso, consumido por el odio y el rencor, no se conforma con una simple venganza. Para él, la muerte sería demasiado fácil para la joven que osó desafiar su autoridad, aunque fuese en defensa propia. Decidido a hacerla pagar por su "error", la secuestra, sometiéndola a un infierno indescriptible, donde cada día es una lucha por la supervivencia. Mientras Elisa lucha por mantener su espíritu intacto, el mafioso descubre que esta "dulce inocente" es una debilidad inesperada para él y su mundo de crueldad. Su obsesión se convierte en un arma de doble filo, donde la justicia y la venganza se entrelazan en una danza peligrosa. ¿Cuánto durará esta justicia con sabor a venganza? ¿Podrá Elisa sobrevivir a la tormenta que se desata a su alrededor, o será consumida por las llamas de un rencor implacable?
Leer más—Es tu turno.
Elisa Morrison asintió, levantándose imponente, y es que sus tacones de 15 centímetros le daban un aire estilizado, imponente y sexy. Era esbelta, de ojos verdes y sedoso cabello castaño. Su atuendo dorado con negro y de piedras brillantes le daba un aspecto arrebatador, hechizante; un traje de danza árabe que se amoldaba a su cuerpo como un guante. Su cuerpo bailaba al son de la música, su vientre desnudo era objeto de miradas lascivas pero nadie la había tocado nunca, y es que no por nada le fue dado el apodo de "la intocable", por ser virgen e inaccesible para un baile privado en uno de los cubículos. Sus manos tomaron el largo fierro de metal, la intensidad de las luces fueron disminuidas y comenzó a bailar de manera sensual y hechizante, convirtiendo al frío e inerte objeto en su más leal amante. Se entregó a él como a nadie olvidando todo a su alrededor, seduciendo con aire sexy y encantador a su concurrida audiencia. Luego se centró en usar la fuerza de sus piernas para ponerse de cabeza, escuchando los vítores de los presentes, hombres en su gran mayoría. —¡Hermosa! ¡Despampanante! ¡Sexy! —gritaron varios de ellos, silbando y aplaudiendo luego de otra ronda de baile. La mujer castaña y de escasa ropa se inclinó, y más aplausos se oyeron en el lugar, así como varios billetes de gran valor comenzaron a aterrizar a sus pies. Eso era precisamente lo que le importaba. Alentada por el cálido recibimiento, recogió el dinero rápidamente y fue a tomar una copa a la barra, cortesía de un cliente. "Vaya noche," pensó con un suspiro, empujando el líquido por su garganta. Era un día más o menos aburrido y monótono, pero Elisa decidió no perder el entusiasmo, hacía a la perfección su trabajo y los hombres frente al escenario no escatimaban en gastos, no le interesaba una relación y mucho menos tener sexo, al menos no con nadie de ese lugar. —¿Puedo invitarte un trago? —Una voz detrás de ella la hizo voltear. Siempre recibía esa clase de atención, ya estaba más o menos habituada a ser el foco de las miradas en el club nocturno La Femme Rose, donde ganaba un buen dinero que gastaba en sus estudios universitarios. —Tengo uno en la mano, pero no me quejo de conseguir otro —dijo con una sonrisa algo forzada. Amaba bailar y le sacaba provecho en el pole dance, pero tenía que aguantar las insinuaciones y acciones morbosas de hombres que solo la veían como un buen polvo. A menudo pensaba que la vida no era siempre como la gente quería. Que giraba en torno a casualidades llenas de mucha suerte, en el que muchos querían que sucediera una cosa, pero siempre sucedía otra. Pensaba que Dios tenía a sus favoritos y que los demás, los poco favoritos; trataban de sobrevivir con el pasar de los días, así como ella hacía cada noche para poder tener un mejor futuro, a costa de pervertidos que querían desnudarla con la mirada. —Eres preciosa —alabó el hombre y ella asintió, aunque una amplia sonrisa se hizo presente cuando el hombre metió un billete de 100 en el medio de sus protuberantes pechos—. Quiero tenerte, ricura. Se acercó a ella buscando un beso, pero solo tocó uno de sus dedos, sonriendo diabólicamente al ver la mirada traviesa de la bailarina. —No hago ese tipo de tratos. —Una chica difícil, me agrada —se burló el hombre, sacando un enorme fajo de billetes—. ¿Cuánto vale una noche contigo? Elisa suspiró, negando con la cabeza. —Ni todo el oro del mundo —sentenció. —Los rumores dicen que eres virgen —el hombre acarició el fajo de billetes y la contempló con una sonrisa ladeada—. Debe haber un precio para ese coño apretado, muñeca. —No está a la venta —dijo serena, confiada en que Iván se haría cargo—. Gracias por la propina, pero ya debo ir a mi camerino. —Vamos, al menos dame un beso —pidió el hombre y ella aunque rodó los ojos, accedió y de manera mecánica se dejó besar—. Quiero más… El sujeto comenzó a besar su cuello, pero ella le dio un rodillazo directo a su entrepierna, haciéndolo aullar de dolor. —¡Argh, m*****a zorra! —vociferó molesto—. ¡Me las vas a pagar! —¡Ya le dije que no hago ese tipo de tratos! —gritó ella, poniendo una mano en su cuello, donde el tipo le había hecho una marca—. Ahora será mejor que se vaya por las buenas… —¡¿O qué?! —espetó el hombre, tratando de acercarse a ella, acechante. El bullicio que se formó a su alrededor fue apabullante. Elisa dio un paso atrás, hasta que chocó con alguien, haciéndola sobresaltar. —¡Iván! —exclamó con sorpresa y alivio. —¡Espera! —el hombre la tomó del brazo con fuerza y de un momento a otro, era apartada por el aludido que se interpuso entre los dos—. Apártate, bestia. Esto es asunto de ella y mío. —Ella es mi responsabilidad —dijo el hombre de voz gruesa, haciéndolo ver intimidante—. Y usted ya se va, por las buenas o por las malas será su decisión. —¿Por qué ella es tan especial? —gritó, atrayendo la atención del resto—. ¿Por qué m****a es intocable? ¡Todo en esta puta vida tiene un precio, bonita, y tú lo tendrás! —Acompáñame a la salida… —No siempre vas a tener a este gorila para defenderte, ¿me oyes? —se dirigió a Elisa de manera burlona, amenazadora—. Algún día dejarás de ser la intocable, alguien te tendrá, así sea por las malas… ¡te vas a acordar de mí! —¡Sal de una puta vez, maldición! —Tomó al hombre y en medio de improperios y juramentos, lo echó del lugar prácticamente a empujones. Pocas veces ocurrían situaciones como esa, y en esas intervenía Iván, un gran y temerario guardia de seguridad que espantaba hasta el más rudo del lugar. La chica se quedó parada sin saber qué hacer, estaba recordando las palabras del hombre, que habían sonado como una especie de maldición, y aunque no creía mucho en esas cosas, no pudo evitar estremecerse. —¿Estás bien, Elisa? —una pelirroja se acercó a ella, preocupada. —En perfecto estado —dijo la chica con un suspiro, notando que sus manos temblaban—. Son gajes del oficio, supongo. —Estás pálida, nena —la chica llamada Mikaela la tomó de los hombros, guiándola a su camerino—. ¿Quieres un poco de agua? Elisa asintió sin pronunciar palabra. Se sentía enferma y tuvo que echarse aire un buen rato. Se sentía nerviosa y no paraba de pensar en los riesgos de un empleo así, aunque intentaba darse ánimos y recordarse a sí misma sus motivos para estar allí. "Solo un poco más y pronto podré pagar la universidad, ya casi termino de reunir lo que me falta, debo ser un poco más paciente y mantener la compostura" Vio también un hermoso y enorme ramo de rosas que la dejó atónita. Se quedó admirando el bellísimo regalo que sólo tenía una tarjeta con las palabras: "Eres increíblemente hermosa, ya quiero verte de nuevo. K.S" Sonrió de manera automática, deleitada en la fragancia de dos docenas de rosas y pensando que ese trabajo también tenía sus ventajas. Fue así como pudo nuevamente ponerse de pie y más tranquila, comenzar el último espectáculo de la noche.Andrei la miró fijamente mientras su respiración se aceleraba. Elisa se estremecía con cada roce de sus dedos y sentía cómo el deseo entre ambos crecía de manera abrumadora. —No tienes idea de cuánto te he deseado —murmuró Andrei con voz ronca, sus ojos ardiendo mientras la observaba tendida bajo él, completamente vulnerable.Elisa tragó saliva, con las mejillas encendidas y el corazón latiendo con fuerza. Su mente era un torbellino, pero solo podía centrarse en el peso del cuerpo de Andrei, en la calidez que irradiaba y en la manera en que sus labios buscaban cada rincón de su piel.—Andrei… —susurró, entrecerrando los ojos cuando sintió cómo él deslizaba sus labios por su cuello, dejando un rastro de besos húmedos que la hacían arquearse hacia él.—Dime, Elisa… —Andrei detuvo sus movimientos un instante y levantó la mirada para encontrarse con sus ojos brillantes—. ¿Te gusta que sea así de obsesivo contigo? Elisa sonrió débilmente, sintiendo un hormigueo recorrerle el cuerpo. —S
—Nunca entendí esto —murmuró Andrei cuando volvió a levantarse y se acercó a Elisa, que reía feliz—. Pero lo que sí odio es que tantos hombres hayan visto tus piernas. Gracias a Dios, esto solo pasa una vez porque no voy a permitir que nadie más las vea.Elisa lo miró con diversión, y una risita escapó de sus labios.—Oh, pobre de ti, Andrei —dijo con tono burlón, acariciándole el rostro—. Si te molesta tanto, ¿qué vas a hacer cuando estemos en la playa? No pienso usar camisones largos, tendrás que acostumbrarte a compartir la vista.Andrei apretó la mandíbula con una expresión de molestia, pero no pudo evitar que una sonrisa escapara de sus labios. La atrajo hacia él con un movimiento firme, tomando su cintura, y la besó con una fuerza que dejó a Elisa sin aliento.—Eso jamás —respondió con voz ronca—. Eres mía, y solo mía.El beso entre ambos encendió nuevamente los aplausos y silbidos de los invitados, que disfrutaban del espectáculo de la pareja apasionada.El ambiente en el saló
Andrei lo observó desaparecer entre la multitud, mientras apretaba a Elisa contra su pecho.—Él no es malo —murmuró Elisa, apoyando la cabeza en su hombro mientras la música cambiaba a un tono más suave.—Lo sé. Pero no lo perderé de vista —dijo con determinación—. No puedo permitirme hacerlo.Bailaron en silencio por un momento, el mundo alrededor de ellos se desvanecía, como si solo existieran ellos dos. Elisa alzó la mirada y vio la seriedad en los ojos de Andrei. A veces era como si llevara todo el peso del mundo sobre sus hombros, y ella sabía que no era solo paranoia. Su vida había sido un tumulto constante, pero ella lo amaba, incluso con todas sus sombras.—Te amo —susurró, rompiendo el silencio.Andrei la miró, y por un instante, sus facciones duras se suavizaron.—Yo también te amo, Elisa —una pequeña sonrisa se formó en su boca—. Más de lo que alguna vez pensé que era capaz.Y con esas palabras, la tomó por la cintura, acercándola más mientras el sonido de la música los en
Su cuerpo temblaba por el cúmulo de emociones en su cuerpo, un recordatorio de que seguía viva y que estaría protegida por el hombre que había jurado acabar con ella.Sabía lo difícil que había sido para Andrei y cómo el amor lo había transformado, así que se sentía dichosa de tener el corazón de un hombre considerado frío y sin corazón, aunque ella conocía la verdad de su interior.—Yo, Elisa, te tomo a ti, Andrei, como mi esposo... y prometo estar a tu lado, sin importar lo que venga, porque te amo más allá de mis miedos —dijo, con la voz quebrada por la emoción, pero sin apartar la vista de sus ojos.Las palabras del sacerdote sonaron distantes mientras pronunciaba el final de la ceremonia. Los aplausos estallaron a su alrededor cuando Andrei tomó el rostro de Elisa entre sus manos y la besó. No fue un beso apresurado ni tímido; fue un beso profundo, lleno de promesas silenciosas, de deseos inconfesables y de un amor que lo abarcaba todo.Cuando se separaron, Andrei se permitió un
El hombre alto y de apariencia amenazante caminó entre la multitud con una sonrisa burlona en los labios. Los murmullos comenzaron a extenderse como fuego entre los asistentes. Elisa sintió cómo el ambiente se volvía pesado, y su corazón latió con fuerza mientras sus ojos se dirigían a Andrei, buscando consuelo.Andrei, al verlo, sintió cómo la tensión recorría su cuerpo. Sus ojos se estrecharon y su mandíbula se tensó.—Johan Malyshev —susurró, sin apartar la vista del hombre que seguía avanzando hacia ellos.Elisa no podía apartar la mirada de su prometido, percibiendo el peligro en su voz, pero también en los movimientos de los hombres que lo rodeaban. Estaban listos, preparados por si Johan decidía armar un caos. Andrei no quería un baño de sangre como lo que había ocurrido en el club donde encontraron a Elisa. —Andrei... —susurró Elisa, sintiendo el miedo empezar a instalarse en su pecho.—No te preocupes —respondió él con firmeza, sin mirarla—. No dejaré que te pase nada.Joh
La casa de Andrei en Novosibirsk había sido transformada en un escenario de ensueño para la boda. Las luces colgantes iluminaban el espacio con un brillo cálido, reflejando la emoción palpable en el aire. Flores frescas decoraban cada rincón, y el aroma de un delicioso banquete inundaba la atmósfera. Amigos y familiares se movían entre risas y música, mientras el bullicio de la celebración resonaba en cada rincón. Sin embargo, Elisa se encontraba en su habitación, un pequeño remanso de calma en medio del torbellino festivo. Miró por la ventana, observando las luces parpadeantes de la ciudad, sintiendo que la alegría que la rodeaba era un eco distante de sus propios sentimientos. La emoción de su boda se entrelazaba con una inquietud que la había estado atormentando desde que había decidido unirse a Andrei. —¿Cómo se supone que debo sentirme? —murmuró Elisa, su voz resonaba en el silencio de la habitación, cargada de una tristeza que no podía expresar. Mientras se vestía, el
Último capítulo