Ella no mostraba rastro de reproche; en su expresión se veía sincera y arrepentida, como si pensara de corazón que era mejor que Alejandro volviera con Juana.
Alejandro podía notar que Luciana realmente hablaba en serio, pidiéndole que se marchara. Parecía que no le importaba en lo más mínimo lo que él hiciera, e incluso se sentía culpable por retenerlo. Era evidente que ya no tenía ningún sentimiento hacia él… habían pasado tres largos años, más que suficientes para disolver cualquier lazo. Especialmente si, en realidad, ella nunca lo había querido con profundidad.
Sin embargo, Alejandro no se movió de allí. Se acomodó en una silla junto a Luciana, con Alba dormida sobre su pecho.
—¿Qué…? —Luciana no entendía.
—No me quedo por ti —aclaró él—. ¿De verdad crees que puedo irme así?
Señaló con la barbilla a la niña dormida.
—No puedo soltarla. Se aferra a mí.
Luciana se calló. De pronto pensó que, si le explicaba a Alejandro que Alba era su hija, tal vez todo esto complicaría la llamada “