—Bueno.
Los dos le dejaron a Regalo a la empleada y, tomados de la mano, salieron.
En la sala, Alejandro Guzmán estaba sentado en el sofá; Luciana Herrera no podía estarse quieta y caminaba de un lado a otro. Al ver aparecer a Martina, alzó la mirada.
—¡Martina! —se le iluminó la cara; corrió hacia ella y le tendió la mano—. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
No se había imaginado que, mientras ella viajaba a Canadá, Salvador hubiera sacado a Martina de su casa. En la familia de Martina ya estaban desesperados. A fuerza de presionar y suplicar, Luciana había convencido a Alejandro para traerla hasta allí. Ese día pensaba llevársela sí o sí.
Pero su mano quedó en el aire.
Martina, como si no la reconociera, se aferró al brazo de Salvador y se escondió detrás de él, con la mirada perdida.
—¿Martina? —Luciana se quedó en blanco—. ¿Qué te pasa?
Martina apretó los labios y miró a Salvador pidiéndole auxilio.
—No temas —él le tomó la mano y le dio unas palmadas suaves. Alzó la barbilla hacia Luciana—