Dominika Volkova: Hija del Boss, Princesa de la Bratva, belleza y letalidad combinada. Desde que nació ha regido su vida por medio de las leyes de la mafia: 《Somos la Bratva, nosotros establecemos el estándar.》 Su familia marca el estándar en el bajo mundo, el poder que el resto de los clanes quieren alcanzar. Y todo será suyo algún día, por eso es que ha entrenado con sudor y sangre. Nació dentro de la Bratva y moriría por esta, no hay punto medio. Es por eso que siempre ha tratado de ser perfecta. Un arma letal sin espacio para emociones tan básicas como el amor, lamentablemente se dejó llevar por algo mucho peor... La pasión. El odio que siente por el protegido de su padre solo es superado por el deseo que tiene de él. Alonzo Rinaldi ha sido criado por el Boss desde que su padre lo entregó a la Bratva. Dentro de su código solo existe la palabra lealtad hacía esta. Después de todo lo consideran un miembro más de la familia. Desde niño se crió con los hijos del Boss, incluida la llamada princesa de la Bratva: Dominika Volkova. Nunca se ha llevado bien con ella, lo único que existe entre ambos es rabia y desagrado. Así que no entiende porque parece no poder dejar de pensar en aquella rubia con cuerpo de infarto y lengua venenosa. Las cosas solo empeoraron el día que lo asignaron como guardaespaldas de esa chica malcriada. Era evidente que a ella tampoco le gustaba la idea Debido a un incidente ambos terminan comprometidos para mantener las apariencias y el honor de la Bratva. Las chispas empiezan a saltar entre ellos, descubriendo que debajo de todas esas miradas asesinas y comentarios hirientes, existen una pasión que arde con la fuerza para incendiarlos.
Leer másLa sangre estaba goteando de mi haladie, provocando un tétrico sonido que provocaba un miedo paralizante. Di varios pasos hacía adelante, fijando la mirada en mi próxima víctima. Unos ojos azul zafiro se reflejaron en dos cuencas oscuras y cargadas de miedo. Sonreí perversamente, deslizando la punta de mi lengua por mi labio inferior. Estiré mi mano para tomarlo del brazo.
—Tranquilo, no voy a cortarte de nuevo. —susurre herméticamente al ver que encogió la extremidad por instinto. —Eso, si eres un buen chico quizás puedas vivir después de lo que has hecho.Podía sentir su pulso acelerado y cómo empezaba a temblar. Contemplé complacida el corte que se extendía desde el antebrazo a la muñeca. Sin ningún tipo de miramiento, pose la punta de la daga sobre la herida, de la cual nuevamente comenzó a brotar sangre.Los gritos de agonía llenaron la bodega donde me encontraba y pequeñas convulsiones recorrieron el cuerpo de aquel hombre que continuaba atado a la silla. Quite repentinamente el haladie y detalle el rostro cubierto por el perlado sudor.—Recuerdame, ¿qué hiciste para ser castigado? —interrogue con una voz melosa. —No creo que puedas aguantar mucho más si no vas a un hospital, así que empieza a hablar. —exigí tomándolo del cuero cabelludo y empujandolo de nuevo hacía atrás. —¿Y bien? Canta, canta.—Lo siento, por favor piedad, lo siento mucho. —dijo con voz rasposa. —Perdóneme. —pidió entre lágrimas de dolor. Una carcajada brotó de mi pecho—¿Piensas que deseo tus disculpas? — pregunté con fingida diversión. —Espero que tengas un bien viaje al infierno. Quizás nos encontremos algún día. —asegure y procedí a clavarle el haladie justamente en el corazón.La sangre salió a montones de su boca, manchado mi rostro en el proceso. El cuerpo se agitó convulsionando durante unos cinco minutos, hasta que por fin dejó de moverse. Suspiré y retire el arma, limpiandola con el dorso de mi camiseta negra estilo militar.—Deshaganse del cuerpo. —ordene a mis hombres antes de darme la vuelta y marcharme.No espere su respuesta, sino que salí inmediatamente de la bodega. El olor a sangre se propagara pronto y me provocaba náuseas. Retire mis guantes, lanzandolos en un contenedor de basura y empuje la puerta.—¿El trabajo está hecho? —preguntó uno de mis guardias tendiendo un pañuelo para que me limpiará la cara. Asentí mientras lo hacía.—Eso les enviará un mensaje a esas ratas. —afirmé con asco. —Pará que sepan que no tienen permitido imitar nada de la Bratva. —declaré.Mi guardaespaldas asintió y me entregó una gabardina negra junto con mis gafas de sol. Saqué una cajetilla de cigarrillos del bolsillo y encendí uno. La nicotina viajando a través de mi sistema relajó mi cuerpo, frente a mí se formaba una nube de humo espeso. Estuvimos en silencio cerca de cuarenta minutos, hasta que por fin el resto de mis hombres salieron.—Todo listo, princesa. —informaron con un movimiento de cabeza. —Se hizo tal como usted lo dispuso. —declaró mi jefe de seguridad.—Con eso aprenderán a elegir mejor con quien meterse. —dije dejando caer el cigarro al suelo, pasándolo con el tacón de mi bota. —Vámonos, seguramente nos están esperando en la Fortaleza.Uno a uno nos subimos en las dos camionetas que traía. Ya había salido de la ciudad e iba en carretera, cuando mi teléfono sonó. Atendí nada más mirar el nombre en pantalla.—¿Solucionaste el problema? —indagó mi tía Veronika yendo directamente al grano.—Por supuesto, no hay trabajo grande para mí.—Quieron un informe completo cuando nos veamos mañana. —exigió y luego colgó.Guardé el celular y suspiré apoyando mi cabeza contra la ventana del vehículo. La hermana de mi padre no era precisamente una mujer conversadora. Jamás esperaría de ella un: ¿Cómo estás? ¿resultaste herida? Simplemente iba directo al punto y yo agradecía que no se fuera por las ramas preguntando cosas obvias.Hace más o menos dos semanas empezaron a presentarse problemas en uno de los clubes que manejaba mi tía. Una pandilla de narcotraficantes estaban vendiendo drogas adulteradas a los clientes, ocasionando que hubiesen cinco muerte. Quizás no parecían muchas, pero si las suficientes para llamar la atención de la policía sobre nosotros. Fue debido a ello que me pidió encargarme del asunto y gustosa lo hice.Unos días atrás dimos con su líder y hoy por fin pudimos darlo de baja. En mi territorio nadie andaría libremente sin pagar las consecuencias. Rusia era de la Bratva y nada pasaba sin que la familia Volkov estuviese completamente enterada.—Date prisa, quiero quitarme esta sangre cuanto antes. —apremie mirando al chófer por el espejo retrovisor. —Y ya lo sabes, ni una palabra de esto a mis padres o terminaras sin lengua. —señale.Pronto ya estuvimos en el pueblo, atrás habíamos dejado el espacio ruso. De aquí para allá la mafia rusa tenía control total de la población. El Boss era verdugo, ejecutor y juez; sólo él hacía y disponía de la vida de todos, siendo leal con quienes le habían demostrado fidelidad. Muchos negocios ya estaban abiertos o empezaban a abrir.No me sorprendía, partimos en la madrugada y él sol ya estaba saliendo por el horizonte.—Hemos llegado, princesa. —informó el chófer. Asentí y este se bajó para abrirme la puerta. —Me informaron que la koroleva ya está despierta, así que le recomiendo que entre por el campo de entrenamiento. —explicó entregándome llaves.—¿El Boss? ¿Los gemelos? —pregunté apartándome varios mechones plateados del rostro. El invierno ya estaba llegando a Rusia.—Los tres siguen dormidos, pero le recomiendo no hacer mucho ruido. —inquirió apartándose.Me mostre de acuerdo y apreté mi abrigo contra el cuerpo. Procedí a darle la vuelta a la Fortaleza. En el campo de entrenamiento ya habían varios hombres y mujeres entrenado, algunos me saludaron al reconocerme, pero la mayoría solo regaló una mirada de respeto por mi estatus.El ambiente estaba silencioso cuando entre a la propiedad. Me quite las botas para no hacer ruido con ellas y comencé a moverme con total sigilo, llegar a mi alcoba era cuestión de vida o muerte.Si cualquiera de mis padres descubría mis andanzas en la madrugada, esto no terminaría bien. Y podía hacerle frente al Boss, pero jamás a la Koroleva. De solo pensarlo temblaba.Solte un suspiró de alivio estando frente a la puerta de mi habitación. Tenía la mano sobre el pomo a punto de abrir, cuando sentí una figura detrás de mí, así que gire de inmediato. Trague saliva al detallar al hombre de pie frente a mí.—Buen día, señorita Dominika. —saludó Vicente Sartorini con un semblante acusatorio.《Precismente tenía que toparme con este.》Tuve contenerme para no rodar los ojos. Realmente no me sorprendía que el consejero de la Bratva estuviese merodeando como si fuese un maldito sabueso. Después de mis padres y el underboss, era quien ostentaba mayor poder dentro de la organización. Compuse una expresión sorprendida y sonreí con inocencia.—¡Vicente! —grite posando mi mano derecha encima del pecho. —Casi me matas de un susto, ¿qué haces por aquí tan temprano? —pregunté apartandome un mechón de cabello del rostro.El consejero enarco una ceja sin creerse mi actuación. La mueva que formó en sus labios provocó que mi cuerpo se estremeciera debido a similitud que guardaba con el que hacía mi padre cuanto estaba a punto de lanzarme un regaño.—Yo te iba a preguntar, son casi las 6 de la mañana tigritsa, ¿a dónde vas tan temprano? —preguntó escrutandome de arriba a bajo.Al parecer había cambiado de opinión porque su tono no era de enojo, más bien de genuina preocupación. Por supuesto que tampoco debía dejarme engañar, en la mafia todos éramos tramposos y lo que podía parecer una pregunta sencilla, terminaría por convertirse en tu condena.Lamentablemente mi cerebro estaba demasiado cansado como para formar una buena excusa.—Acabo de despertar y bajé a tomar un vaso de agua. —dije lo primero que se me paso por la cabeza. —¿Algún problema con eso?Vicente chasqueó la lengua fastidiado. Pará el pobre hombre no debía ser fácil lidiar con ninguno de los hijos del Pakhan. Los gemelos y yo habíamos contribuido enormemente a la enorme cantidad de mechones blancos en su cabello. También en la notable aparición de arrugas en sí piel aceituna, aunque esto jamás se lo diría.—¿Así que decidiste ir por agua con botas de salir y una gabardina? —preguntó con ironía.—No sabía que era un delito. —respondió de inmediato. La sombra de una sonrisa apareció en la comisura de sus labios, pero desapareció con la misma rapidez.—Tú padre quiere verte y me envió a buscarte. —comentó revelando por fin el motivo de su aparición. —Así que sube a cambiarte, que supongo que lo necesitas. —acotó observando atentamente mis botas. —En el despacho en quince minutos. —informó antes de marcharse.Se fue dejándome con la palabra en la boca, así que abrí la puerta de mi cuarto y entre enojada. Si no lo considerara un padre más en mi vida, hace tiempo que hubiese ordenado que le cortarán la lengua por altanero.Fui directamente al baño y después de una rápida ducha, me vestí con un suéter de punto color crema y unos jeans. No era bueno hacer esperar al Boss, así que recogí mi melena blanca en una coleta alta y salí en dirección al estudio que estaba en el mismo piso.—Buen día, mi Boss. —saludé en cuanto los voyeviki que custodiaban a mi padre abrieron la puerta. —Siempre es un placer verte, papá.Ojalá pudiese decir que el sentimiento era mutuo, pero la mirada leonida de papá me observaba como si quisiera arrancarme la cabeza. Estaba enojado y solo rezaba para que dicha emoción no tuviese que ver con mis andanzas para ajustar cuentas.—Toma asiento. —ordenó señalando la silla frente a él, lo obedecí. La tensión el ambiente era demasiado densa como para cortarla con un cuchillo. —¿Puedes explicarme qué significa esto? —demandó lanzándome unos papeles.Casi me desmayo en cuanto vi que eran fotografías. La imagen era de hoy y me mostraba entrando al almacén con el hombre que ya debía estar en el infierno. En la siguiente también estaba, pero cuando salí con el rostro salpicado de sangre. Alce el rostro hacía mi padre.—Puedo explicarlo. —asegure lentamente.ALONZOLa fábrica se alzaba ante nosotros como una sombra amenazante bajo la luz de la luna. El lugar parecía desierto, pero sabía mejor que confiar en las apariencias. Los polacos no eran amateurs; si habían elegido este lugar, era por una razón.—Manténganse alerta. —susurré mientras avanzábamos, mis sentidos afinados por la urgencia de encontrarla.El primer disparo rompió la quietud, y el caos se desató.Los hombres de la Bratva reaccionaron con precisión, tomando posiciones y devolviendo el fuego. Vicente estaba a mi lado, cubriéndome mientras me movía hacia el interior de la fábrica.Cada paso era un recordatorio de lo que estaba en juego. Ella. Dominika estaba aquí, en algún lugar de este infierno, y no me detendría hasta encontrarla.Una ráfaga de disparos pasó cerca, y me cubrí detrás de una columna mientras evaluaba la situación.—¡Alonzo! —gritó Vicente desde detrás de un contenedor. —Creemos que está en el ala este.Asentí y comencé a moverme, eliminando a cualquiera que s
El calor seco de México me envolvió apenas descendí del avión, pero esta vez no me desconcertó. Había caminado por esta misma pista antes, insegura, cuestionándome si realmente estaba preparada para enfrentar este mundo. Ahora, mis pasos resonaban con confianza, los tacones golpeando el asfalto como un recordatorio de cuánto había cambiado desde entonces.A mi lado, Alonzo caminaba con esa actitud relajada que parecía irritarme más que tranquilizarme. Su mirada recorría el horizonte, pero sabía que no estaba viendo el paisaje, sino calculando posibles amenazas.—Sigo sin entender por qué vinimos personalmente. —Su voz rompió el silencio con una mezcla de sarcasmo y preocupación.—Porque los cárteles no respetan la distancia. —respondí sin mirarlo, enfocándome en los autos blindados que esperaban al final de la pista. —Prefieren ver a las personas cara a cara antes de decidir si confiarán en ellas.—¿O matarlas? —replicó, su tono más ligero de lo que la situación ameritaba.Le lancé un
—Entonces dime que pare. —Su voz era un reto, sus labios a centímetros de los míos. —Dime que no sientes lo mismo, y lo haré.Lo miré, mi mente luchando contra mi cuerpo, pero no pude decir nada. El silencio que siguió fue suficiente para que él se inclinara, sus labios encontrando los míos en un beso que no pedía permiso.El fuego que había intentado sofocar durante semanas estalló en llamas. Mis manos se aferraron a su camisa, tirando de él con la misma desesperación con la que él me sostenía. Nuestros movimientos eran bruscos, cargados de una urgencia que no podíamos contener.Finalmente, rompí el beso, respirando con dificultad, pero Alonzo no retrocedió.—Esto no cambia nada, —dije, intentando recuperar algo de control.—Lo cambia todo, Dominika. —Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa. —No soy el tipo de hombre que deja ir algo que le importa. Y tú… —Hizo una pausa, su mano acariciando mi mejilla con sorprendente ternura. —Tú me importas más de lo que debería.Quise rep
—Hemos estado revisando los detalles del trato con los cárteles. —La voz de Alexey se mantuvo firme mientras señalaba los documentos frente a él. —Las negociaciones avanzan, pero requieren un toque final. Uno que tú, Dominika, estás perfectamente capacitada para manejar.Un silencio cayó sobre el salón mientras procesaba sus palabras. Sabía lo que significaban antes de que él lo dijera.—¿Qué quieres que haga? —pregunté con un tono neutral, aunque mi mente ya anticipaba su respuesta.—Quiero que regreses a México con Alonzo. —Se inclinó hacia adelante, apoyando ambas manos sobre la mesa, sus ojos clavados en los míos. —Deberán asegurarse de que las armas y los hombres estén listos para ser enviados en las próximas semanas. Además, necesitamos garantías de que cumplirán con los términos.Sentí un nudo en el estómago. No por la tarea, sino por la compañía.—¿Y si se niegan? —pregunté, manteniendo mi voz firme.Alexey sonrió, pero su sonrisa era como una hoja afilada: cortante, precisa y
La habitación estaba en penumbra, bañada por la tenue luz que se filtraba entre las cortinas. El aire tenía un peso extraño, cargado de todo lo que había ocurrido la noche anterior. Aún podía sentir su presencia en cada fibra de mi cuerpo, como si los eventos recientes no quisieran desvanecerse.Alonzo estaba de pie frente al espejo, ajustándose la camisa con movimientos precisos y controlados, como si su mundo entero dependiera de cada botón que cerraba. Parecía imperturbable, pero yo sabía que no era así. Nadie podía mantener tanta calma después de lo que habíamos compartido.—¿Qué sucede ahora? —pregunté, rompiendo el silencio opresivo que llenaba la habitación. Mi voz apenas fue un murmullo, un intento vacilante de entender qué pasaría entre nosotros.Él se detuvo un momento, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado antes de girarse para mirarme. Sus ojos, oscuros e insondables, estaban cargados de algo que no podía identificar del todo.—Ahora seguimos adelante. —Su tono er
La noche estaba impregnada de un silencio que parecía contener todo lo que no habíamos dicho en días. La ciudad afuera, con su bullicio distante, se desvanecía mientras caminábamos hacia la habitación. A medida que la puerta se cerraba detrás de Alonzo, la tensión entre nosotros se volvió insoportable, como si el aire mismo estuviera cargado de promesas no cumplidas.Él se detuvo frente a mí, observándome de una forma que me heló el alma y al mismo tiempo me quemó. La atmósfera estaba tan cargada que ni siquiera sabía por dónde empezar. Podía ver sus ojos fijos en los míos, como si estuviera esperando que yo dijera algo, pero las palabras se me atascaban en la garganta.—Dominika... —dijo, su voz baja y cargada de algo que no supe identificar al principio. No era solo deseo. Había algo más, algo más profundo que se desbordaba entre nosotros. Algo que ni siquiera él parecía entender completamente.Me acerqué un paso, mis piernas temblando ligeramente bajo la presión que sentía. Mis pal
Último capítulo