Martina había tenido episodios en los que no reconoció a la gente: una vez a Luciana y otra a Salvador.
El especialista lo captó enseguida.
—Entonces ya hubo síntomas, ¿cierto?
—Sí —asintió Luciana, seria, y le contó con detalle cómo había sido cada episodio.
El médico escuchó y volvió a asentir.
—No se angustien de más. Empezamos tratamiento y venimos a control puntualmente. Primer paso: contener el tumor.
Le extendió una receta.
—Tómalo una semana y observamos. Si responde, seguimos; si no, cambiamos el esquema.
—De acuerdo. Gracias, doctor.
Al salir del hospital, de camino a casa, Martina propuso:
—Cenemos hoy en mi casa. Mañana es viernes; nos quedamos ahí el fin de semana y así pasas tiempo con Alba.
—Va —aceptó Luciana con una sonrisa.
Marti sentía que le estaba cargando demasiado la mano; que, “por su culpa”, madre e hija no se habían reunido como antes.
—Aunque… no está bien —dudó—. Mejor yo me mudo a mi casa y tú te llevas a Alba…
—Marti —Luciana orilló el auto y se detuvo—. S