Después del desayuno, salieron todos de casa.
El día venía cargado.
Con el lugar de la boda fijado en Ciudad Muonio, Victoria se disculpó:
—Luci, perdón por esto.
No había alternativa. Fernando era hijo único, y lo habían “recuperado” después de años. Querían una boda hermosa para él, algo con brillo. Pero aún estaba en recuperación; tras un coma de varios años, volar implicaba riesgos imprevisibles. Nadie se atrevía a jugársela. Al final, Ciudad Muonio era la opción segura.
—Señora, de verdad no me molesta —respondió Luciana. No era cortesía: hablaba en serio. Casarse agotaba; ya lo había vivido. Si no fuera por el entusiasmo de la familia Domínguez, ella habría preferido algo sencillísimo.
Victoria le palmeó la mano, satisfecha.
—Eres sensata. Tenerte es la suerte de Fernando.
Revisaron el salón y Luciana no objetó casi nada. Victoria, en cambio, enumeró un buen lote de ajustes y pidió rectificaciones. Fernando y Luciana se miraron, sonriendo en silencio.
Al mediodía hicieron la prue