Al oír pasos a su espalda, Alejandro se volvió en silencio. Se le alzó apenas la comisura de los labios, pero los ojos estaban vacíos.
—Luci, llegaste.
Luciana asintió. Alejandro miró a Juana.
—¿Ya te contó Juana?
—Sí. —Luciana dudó—. ¿Saben quién fue? ¿Qué piensas hacer ahora?
Alejandro tenía claro quién, pero eligió callarlo. Ya no quería cargarle más peso a Luciana.
—Pasó de golpe. Perdón por hacerte venir en vano.
Luciana negó.
—No importa.
Ahora lo urgente era la urna de don Miguel.
***
Quien lo hizo era, en realidad, lo obvio.
Esa noche, Alejandro se reunió con Salvador Morán, Jael López y Jacobo Ponce.
—A los mezquinos no hay blindaje —resumió Salvador.
—Total —dijo Jael—. ¿Quién iba a imaginar que la familia de Daniel Guzmán, aun atorada en Canadá, se pondría a idear esta bajeza?
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Jacobo.
Alejandro sostuvo el cigarro entre los dedos.
—¿Qué más? Mi abuelo está en sus manos.
No tenía alternativa.
Todos entendieron.
—Lo hacen para hacerte ir —advirtió S