En Nueva Casarapa arrecía una tormenta implacable que provoca a medianoche un corte de electricidad. La urbanización se inunda en sombras que son aprovechadas por seres de planos astrales quienes se deslizan en la oscuridad, introduciéndose en las psiques de gentes desgraciadas que deberán afrontar los demonios de su mente. Entre las victimas están Claudia, una adolescente, y Amanda, una estudiante de actuación. Ambas deberán unirse para recorrer el largo recorrido de vuelta a casa, caminando bajo la lluvia entre siluetas que amenazan con poseerlas. Su mayor reto será verse al espejo y afrontar los susurros que su corazón trata de acallar, pues estas criaturas gustan de explotar sus más grandes miedos. La noche apenas comienza
Ler maisLos edificios de la Urbanización Nueva Casarapa son demasiado parecidos entre sí, o al menos eso dicen sus detractores. Cuatro pisos con paredes color ladrillos y techos de tejas que cubren la escalera de los condominios, cuyos apartamentos apenas son separados por un muro de concreto que no oculta secretos y gemidos. Y es que todos los edificios están unos al lado del otro, limitados por un pequeño camino de pavimento adornado con setos que lo flanquean. El resto es puro estacionamiento abierto que rodea las construcciones.
La simpleza era el secreto del éxito de Nueva Casarapa.
Poca creatividad es igual a pocos gastos.
Lo que había comenzado como un pequeño conjunto de condominios al pie de una colina se había convertido en una mini ciudad que subía serpeando la montaña y se dividía en sub conjuntos de nombres distintos, pero un mismo diseño. La Colina, Los Portales, Los Aleros, etc.
El crecimiento fue tan lento, pero tan natural, que cuando la buena administración tomó dinero y se fue para dejarle cupo a unos incompetentes, casi nadie recordaba el comienzo de la urbanización y en su mente tenían la idea de que aquellos edificios habían estado siempre ahí, desde el origen de los tiempos.
Pero bueno, si dejamos el pasado en el pasado y nos concentramos en el presente, en esta noche, hay que decir que no estaban en su mejor momento.
Mientras autos llegaban con sus pasajeros a casa después de una jornada laboral, y niños aprovechaban los últimos minutos de luz con juegos propios de la edad, por el horizonte, y de forma literal, se aproximaban nubes de tormenta que no tardaron en estallar.
Apenas el día se desvaneció y la luna saludó, de los cielos cayeron truenos avisando a sus seres humanos que no tardasen en resguardarse pues se venía un aguacero. Y como el hombre miente, pero la naturaleza no, la lluvia llegó despejando las calles de los incautos o desafortunados que aún estuvieran por ahí.
Eran las nueve de la noche cuando comenzó la lluvia.
Si nos posamos en La Colina, el conjunto residencial más alto y que corona la urbanización haciendo gala de su nombre, podemos dejarnos llevar por el rio de agua estancado que se forma sobre el pavimento y deslizarnos en descenso por Nueva Casarapa.
A medida que bajamos pasamos por Los Portales y desde su portón de entrada vemos un estacionamiento vacío con más farolas de luces apagadas que encendidas. Edificios de cuatro pisos con ventanas de cortinas corridas, excepto por alguna otra excepción del típico soñador que se sienta frente al cristal a ver las gotas caer.
Seguimos nuestro camino y doblamos a la izquierda, donde por cierto podemos ver mucha vegetación mal cortada en un terreno baldío que la administración deficiente no ha sabido aprovechar. Pero bueno, da igual, estamos aquí por las personas.
Zigzagueamos entre edificios con paisajes muy parecidos a los que ya vimos. Con todos en sus casas abrigados por sus puertas y sus ventanas.
Aunque, ¿ven eso? Es una pareja adolescente escondida tras un seto, apenas resguardados por un saliente del techo del edificio en el que se apoyan entrecruzados de brazos y labios, acariciando lo seco y lo mojado. No interrumpamos un momento que recordarán por siempre… o eso creen ellos.
Seguimos deslizándonos y pasamos por las canchas de Nueva Casarapa. Tenis, Baloncesto y Futbol. Obviamente no hay nadie ahí en este momento y ya los charcos empiezan a formarse entre sus grietas, con los insectos del césped probablemente viviendo lo que nosotros describiríamos como un Armagedón.
Ahora llegamos a una laguna que les sirve a los residentes de distintas maneras. A los padres les funciona como un lugar para pasear a sus hijos; a los grupos de amigos como un sitio donde reunirse, en la tarde para bromear, y por las noches para fumar; a los sin techo les sirve como cobijo momentáneo; a las parejas les sirve igual que el seto a los adolescentes que vimos antes, aunque con más privacidad, y cuando se trata de enamorados, entre más privacidad, menos ropa.
Sin perdida llegamos al mini centro comercial de esta mini ciudad. Aún tiene negocios abiertos. Destaca una panadería donde un par de personas terminan sus pedidos mientras los trabajadores limpian con disimulo esperando ansiosos el final de la jornada laboral.
En la parte de atrás está el bar y ese sí que está lleno de hombres cuarentones que disfrutan de sus apuestas hípicas casi tanto como de sus botellas típicas y las liricas que se lanzan unos a otros sobre supuestos antiguos amoríos y amantes que pueden o no haber existido.
Fuera del Centro Comercial una mujer se cubre con un periódico y abraza su bolsa de panes mientras corre al estacionamiento y se introduce en su auto. Su trayecto fue observado por nosotros y por un grupo de jóvenes veinteañeros que esperan el cese de la lluvia para irse a casa.
Desde aquí se nos desprenden dos caminos. Si seguimos derecho encontraremos… más edificios, y sinceramente no hay nada relevante en ellos. Si torcemos a la derecha encontraremos… nada importante tampoco, de hecho. Por allá hay un preescolar que desde luego estará a solas (aunque no me sorprendería que fuese el escondrijo de alguien; niño, joven o adulto), y un supermercado que estará recién cerrado, custodiado por una línea de taxistas cuyos trabajadores estarán aguantando unos minutos más en espera de algún cliente, pero que seguramente no tardarán en partir.
Tomando eso en cuenta creo que podemos dejar nuestro recorrido fluvial hasta aquí, y en vez de eso elevarnos como si nos estuviéramos llenando de helio.
Subimos y subimos.
Fíjense en como la lejanía nos hace perder detalles y los colores se van convirtiendo en puntos de contraste.
Desde aquí arriba podemos ver como los conjuntos se dividen siguiendo una culebra que lleva hasta La Colina, y como los edificios dejan de ser construcciones para convertirse en hileras de luces con fragmentos oscuros que son en realidad residentes que ya se fueron a dormir o cuyos apartamentos están vacíos.
A todos estos conjuntos les rodea la vegetación que no le pudieron arrebatar a la montaña. Se puede ver la lucha constante entre hombre y naturaleza. Donde él puso una calle, ella le respondió con maleza. Donde él puso un edificio, ella le rodeo con árboles. Y ellos pensarán que están ganando la batalla, pero el día que la montaña decida que no quiere más nada con ellos y desde sus cimientos sacuda a sus agitadores de arriba, ¿quién la detendrá? Ustedes y yo sabemos la respuesta.
Quizá eso suceda algún día, pero ese día no es hoy.
No está noche.
Hoy son otras sorpresas las que le esperan a Nueva Casarapa.
Y es que a media noche habrá un gran corte de luz que los dejará a todos a oscuras.
Los televisores y computadoras se apagarán. Las cocinas eléctricas dejarán de funcionar. Aquellos que necesiten de un ventilador para dormir se despertarán en el acto por el calor y la ausencia del rugido del motor.
Se elevarán al cielo muestras de exasperación.
Algunos miraran sus teléfonos automáticamente, pero hey, que extraño, no hay señal. Eso solo empeora la situación.
Por supuesto están a los que les gana el cansancio o la indiferencia, se darán media vuelta en sus camas para volver a dormir, cayendo en el acto. Otros harán lo mismo y también caerán, aunque con más lentitud.
Pero siempre está quien se queda despierto.
Y de ellos vamos a hablar.
De esos que en vez de abrazar a Morfeo se quedan despiertos vagando entre las sombras de su apartamento, esperando el retorno de la electricidad sin saber que hoy todos, sin ninguna excepción, tendrán acompañantes.
Acompañantes que ahora vagan donde antes no podían, con pisadas escurridizas y sin dejar huellas a su paso. Se deslizan como hicimos nosotros, pero con más rapidez. Sonrisa en los labios. Brillo en la mirada.
Escalan ladrillos, como sombras a contra luz, en busca de rejillas por donde introducirse a esas residencias donde hay alguien que, sin dormir, observa la tormenta.
Ellos, esos acompañantes, adoran las noches como esta, pues es en la oscuridad donde despiertan las ideas que la claridad espanta con su ajetreo. Es en la oscuridad donde nacen y mueren sentimientos, donde el desprecio es el alimento del corrosivo pensar que tiene el ser humano cuando nada atenúa su cerebro.
Ellos lo saben y se aprovechan de eso.
Para ellos, y para todos los que lleguen a tocar, esta noche de tormenta acaba de comenzar
Volvemos a Nueva Casapara. Una distinta, quizá. Podemos ver ojos abrirse con el despertar de la mañana. Mentes separándose del mundo del Morfeo, entregándose a las manos de la señora realidad, tan variable y ajena como una amante prohibida. Si nos deslizamos por el pavimento podemos ver las mismas calles que a la vez son distintas. Saltamos directo al centro comercial pequeño que acompaña a la Laguna y vislumbramos los primeros trabajadores acercándose para comenzar su jornada. Se levantan las santa marías, se abren las rejas, se preparan los productos y se limpian los mostradores. Jóvenes detrás de cajas registradoras en lo que serían sus primeros empleos, atendiendo a mayores de edad con problemas de sueños y a madres o padres que buscan alimento para sus pequeños.
Estaba muerta, o al menos así se sentía Claudia mientras corría, desesperada, sabiendo que si se detenía sería el fin del camino. Atrás estaban ellos. Todos ellos. Había escuchado el ruido del portón abrirse y acto seguidos los de multitudes atrapadas en el trance de la oscuridad, persiguiéndola a ella, a una desconocida, movidos por cadenas de otro plano. Por favor, por favor pensaba Claudia al huir. Los Aleros eran un conjunto de casas de dos pisos a cada lado de la calle, con vías como pasillos torciendo a los lados, donde solo había más casas. Con el terror en la garganta, Claudia se acercó a uno de los domicilios y empezó a golpear l
Maldito seres de pieles adheridas. Tan triunfantes durante el día, protegidos en la ignota claridad. No ven que la luz les ciega. Que están atrapados a merced del tiempo, con cuerpos cuya descomposición comienza con el nacimiento. Al menos sirven de entretenimiento de vez en cuando. Buenos juguetes para sacar del baúl y golpearlos contra el pavimento. Tan débiles por dentro. Basta con tirar de un hilo y el resto se deshace solo. Nada le/les provocaba más placer que ver a esos seres, disque humanos, desintegrarse bajo su propio peso. Sus mentes son torres de ladrillos mal construidas. Un bloque que le quitas y todos se viene abajo. Y él/ellos disfrutaba con quitar ese bloque. Con ser el lobo de un cuento que una vez percibi&oa
Las risas no duraron demasiado para Claudia y Amanda. Después de la pequeña cuesta donde se ubicaban las canchas, llegaron a una intersección de tres vías. Izquierda, derecha y de frente. A la derecha el camino se desliza entre la montaña, llevando a una vía que algunos valientes conductores seguían pues al final salían a una urbanización hermana. Conductores valientes porque dicho camino es una mina de agujeros en el asfalto que requieren a un piloto de carrera capaz de esquivarlos sin caerse por la vereda. A la izquierda llevaban a otra sección de Nueva Casarapa donde solo hay, por supuesto, más edificios. Y de frente… De frente el camino seguía
Cuando comenzó a llover, Juan sonrió pensando que era el colmo de su situación. Desde su puesto de trabajo en la garita de vigilancia, pudo ver a todos los residentes que paseaban salir corriendo a la comodidad de sus casas mientras él se protegía bajo un techo con fisuras por donde se le colaban goteras del tamaño de insectos. Verlos a todos irse fue ver escaparse sus esperanzas de cenar. Más de veinticuatro horas sin comer. La noche transcurrió, la lluvia no cesó y para hacerlo todo más deprimente, a la media noche hubo un corte de electricidad que lo dejó totalmente a oscuras, apenas iluminándose con una linterna. &nb
—Amanda… —la voz de Claudia fue apenas un eco disparado por sus cuerdas vocales, proferidos por una dama paralizada que observa su final acercarse Amanda no respondía. Se había sentado una esquina, sobre un colchón muido. El lugar era un asco. Si alguna vez fue una casa decente, ahora se veía reducida a un cuadrado de piedra cuyas baldosas desaparecidas caían ante la vegetación que se les deslizaba hasta cubrirlas. Las paredes sucias no mostraban signos de humanidad. Y los únicos mueblen era una silla rota y un colchón de manchas sospechosas rodeado por un par de condones usados, apenas visibles ante el nido de sombras donde habitaban. Claudia se
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