—No sigas.
Martina alzó la mano para frenarlo.
—Tampoco quiero escuchar. Tus razones me las imagino, pero no puedo aceptarlas.
Su firmeza, de golpe, le encendió las alarmas a Salvador.
—¿Qué pasó? ¿Qué hice hoy que no te gustó?
—Nada.
—Entonces…
—Aun así, no me gusta.
Martina sostuvo la mirada, seria.
—Te lo digo claro: si ya me casé contigo, no quiero divorciarme…
—¿Ves? Eso está bien —se le iluminó a él.
—Pero si sigues corriendo cada vez que ella te llama, yo me voy a perder la paciencia.
Con el ceño fruncido y el labio un poco torcido, tocó una fibra en él.
—Marti… —Salvador le tomó la cara; el corazón se le aceleró—. ¿Estás celosa?
—¿Y si sí? —ella parpadeó, sorpresa por el enfoque—. ¿No puedo?
—¡Claro que puedes! —él sonrió y la besó—. ¿Eso quiere decir que… sí me quieres?
Él sabía que al principio había entrado en el momento justo. Aun casado, no se sentía con la seguridad de ganarle, así como así, a lo que ella había sentido tantos años por Vicente.
A Martina se le encendieron