—¿Qué? —Alejandro se quedó helado—. ¿Qué pasó?
—No lo sabemos —Juan negó con la cabeza—. Cuando llegamos ya no había nadie. Avisamos de inmediato a Sergio y a Felipe, y confirmaron que salieron de Ciudad Muonio rumbo a Canadá.
¿Irse justo ahora? ¿Por qué? En ese momento Alejandro no tenía cabeza para hilar tanto.
—Mejor que se hayan ido —cerró—. Me ahorran tiempo. Vayan a descansar.
—Sí, jefe.
Los hermanos Muriel se miraron entre sí. No se atrevieron a decirlo en voz alta, pero él también necesitaba dormir: su aspecto era insostenible.
Al subir a su cuarto, Alejandro encontró a Luciana esperándolo en la puerta, con una caja abrazada contra el pecho.
—¿Alba ya duerme?
—Ajá —Luci asintió. Lo observó largo rato y soltó un suspiro—. Mañana despedimos al abuelo. ¿No te vas a arreglar un poco? —forzó una sonrisa—. Si te viera así, no te reconocería.
Alejandro se tocó la cara, sorprendido.
—¿Tan grave?
Gravísimo: barba de varios días, pómulos hundidos, los ojos enrojecidos y más grandes de lo