Pero Mario, un hombre de treinta y tantos… si es un tipo normal, que trate seguido con mujeres no tenía nada de raro.
Que nadie lo viera no significaba que no pasara.
Al oírle el tonito dudoso, Antonia se desesperó.
—¡Luci! Tienes que observarlo bien, ¿sí? Mario es de los calladitos pero canijos; aunque traiga algo, no lo va a traer tatuado en la frente.
—Esto… —Luciana soltó una risita incómoda y le habló con tacto—. Pero eso es cosa privada de mi mentor. ¿Que yo lo vigile? Suena medio mal, ¿no?
Ella no era paparazzi ni él una celebridad.
—¡Luci! —Antonia abrió esos ojos claritos, a punto de quebrarse—. Por mi felicidad, me ayudas, ¿sí?
Luciana se quedó en shock.
—¿Tu… felicidad?
Con eso, confirmó su sospecha.
—¿Tú por Mario…?
—¡Sí! Me gusta —Antonia ni lo ocultó—. ¿Y por qué te sorprendes? ¿Qué, no le llego?
—No, no es eso —Luciana agitó las manos—. De verdad no quise decir eso.
Sólo que recordó que Mario le llevaba once años a Antonia.
Y sí, aunque el amor bonito cruzaba mil barrera