Descripción El hospital provincial es famoso por su unidad de cuidados paliativos y ha obtenidovarios reconocimientos, pero un día las estadísticas empeoraron, pues aumentaron las defunciones.Tan sólo se salvaba, Sor Felisa, una monja que servía de apoyo y guía en los últimos momentos para los enfermos, pero ¿qué estaba dispuesta a hacer para no verlos sufrir? La monja era generosa y hacia lo posible para que los enfermos cumplieran su mayorsueño, pero, ¿de dónde sacaba tanto dinero para ello?Una historia donde las apariencias engañan y se demuestra que el poder y el dinero corrompen a cualquiera.¿Serás capaz de sobrevivir al hospital embrujado?.
Ler maisEl hospital provincial contaba con la unidad de cuidados paliativos más moderno y mejor valorado de toda España. Venían enfermos de todo el territorio nacional para ingresar en la unidad.
Teresa Hernández era la directora del hospital y, debido a sus conocimientos de cómo paliar el dolor, también era la responsable de dicha unidad.
Aunque contaba con un buen equipo de psicólogos, los enfermeros y enfermeras estaban específicamente preparados para ayudar a las personas en sus últimos momentos de vida. La queja principal venía dada por la falta de empatía del personal.
La doctora Hernández justificaba esta carencia diciendo que debían mantener cierta distancia con los enfermos, pues, si no, podían verse afectados psicológicamente, si se implicaban emocionalmente con ellos, pero en el fondo le gustaría que el personal de la unidad de cuidados paliativos tuvieran un poco más de empatía, por lo que decidió convocar una reunión para debatir sobre ese asunto con los trabajadores de dicha unidad.
—Hola a todos. En general la gente está contenta con el funcionamiento de esta unidad y con el personal que lo califican como muy profesional, pero hay una queja —informó Teresa a todo el personal.
—¿Cuál es esa queja? —preguntó Patricia, la jefa de enfermería.
—Se quejan de que el trato con los pacientes podría ser más cercano —comentó la directora.
—Pero si hacemos eso, podemos caer en depresión cuando se mueran, pues nos va a afectar emocionalmente —respondió un celador.
—Pondré a vuestra disposición un equipo de psicólogos especializados en estos casos —dijo Teresa.
—Yo a mi equipo le daré instrucciones para ello —afirmó la jefa de enfermería.
—Gracias, os pido a todos lo mismo, os corresponderé en consecuencia —insistió la directora dando por concluida la reunión.
Después de la reunión se convocaron charlas desde los distintos departamentos para comunicar la petición de la directora y de las medidas que iban a tomar para hacer un informe y entregárselo a esta
Mientras tanto, la directora iba buscando y entrevistando psicólogos para ayudar tanto a los pacientes como al personal del hospital.
El perfil que estaba buscando era el de expertos en tratar situaciones traumáticas y que fueran capaces de empatizar con los enfermos y con la familia, pero le estaba costando más de lo esperado encontrar a esos psicólogos.
Teresa terminó su turno en el hospital, se fue a cenar con su amiga Felisa, que hacía años que no veía, pero pasaba por la ciudad para visitar a un familiar. Cuando vio a Felisa, Teresa se llevó una gran sorpresa, pues se había convertido en monja.
—Hola Felisa, que sorpresa más grande.
—Hola Teresa, imagino que no te esperabas verme vestida de monja —dijo Felisa dándole un grandísimo abrazo.
—La verdad es que no me esperaba esto con lo que te gustaban los hombres —respondió la directora del hospital.
—Me he llevado demasiadas decepciones y decidí casarme con el único hombre que no va a hacerme daño, Dios. Y tú, ¿qué haces? —le preguntó la monja.
—Soy directora del hospital provincial y también dirijo la unidad de cuidados paliativos.
—He oído hablar mucho de tu hospital, tiene muy buena fama y es referencia en cuidados paliativos.
—Eso es cierto, aunque ahora tengo un pequeño problema —dijo Teresa mientras colgaba el móvil, pues no quería coger la llamada.
—Haber cogido la llamada, no me hubiera importado. ¿Cuál es ese problema? —preguntó Teresa.
—Estoy buscando psicólogos para ayudar a los pacientes y al personal sanitario, pero necesito que al mismo tiempo sean empáticos y enseñen a mi equipo.
—Yo estudié algo de psicología y soy enfermera de mi diócesis, si quieres te puedo ayudar.
—Te agradezco tu ofrecimiento. Mañana te pasas por el hospital y hablamos.
Después de cenar, Teresa acercó a Felisa hasta su hotel y después se fue a su casa. No pudo dormir, pues estaba dando vueltas a la proposición de su amiga.
Teresa se quedó dormida a última hora, y para colmo el despertador no sonó, por lo que iba a llegar tarde e intentó llamar a Felisa, pero no le cogió el teléfono.
La monja llegó al hospital y preguntó por el despacho de Teresa, y un amable celador se ofreció a acompañarla hasta ella.
—Perdone, si no es indiscreción, ¿cómo le puedo llamar? —dijo el celador.
—Llámeme Sor Felisa y, ¿yo a usted? —respondió Felisa.
—Encantado, mi nombre es Fernando —insistió el hombre—. Ese es el despacho de Teresa, pero no debe haber llegado todavía, pues está cerrado. —Continuó diciendo.
—Me gustaría conocer la unidad de cuidados paliativos, ¿me puede indicar dónde está? —comentó la monja.
—Bajé hasta la segunda planta y nada más salir del ascensor, la puerta de la derecha, no tiene pérdida —le explicó el celador dándole dos besos y volviendo a su trabajo.
Felisa siguió las instrucciones que le había dado Fernando y llegó a la unidad, donde encontró a una anciana que estaba llorando en su habitación y nadie le hacía caso, por lo que decidió entrar a consolarla, dándole un abrazo de esos que son capaces de quitar todas las penas.
—Gracias, hermana —dijo la mujer secándose las lágrimas con un pañuelo.
—No tiene porque dármelas, es mi trabajo, soy una sierva de Dios. ¿Qué le sucede? —preguntó la monja.
—Se ha muerto la persona de la habitación de enfrente —informó señalando con el dedo.
—Y he visto a todos sus familiares llorar de pena y no quiero que mis seres queridos estén así cuando yo me muera. —Continuó diciendo la mujer mayor.
—Si supieran que se ha ido a un lugar donde va a dejar de sufrir, va a ser feliz y se va a reencontrar con las personas que ya se han ido, no llorarían, pero a parte siempre cuidará de ellos desde donde está. ¿Me puede decir su nombre?, para así tener un trato más cercano. Yo me llamo Felisa —comentó la monja acariciando la mejilla de la anciana.
—Encantada, me llamo Consuelo y me han dicho que no me quedan muchos días de vida.
—Consuelo, no se preocupe, manténgase tranquila, que no va a sufrir y yo le acompañaré en ese trance y también hablaré con su familia.
Teresa llegó al hospital y hasta sus oídos había llegado la noticia que una monja estaba en cuidados paliativos, cuando sin querer escuchó a dos enfermeras hablar. En su mente, apareció su amiga, por lo que se dirigió hacia allí.
—No se puede molestar a los pacientes —recordó la doctora cuando vio a Felisa en la habitación.
—No me está molestando, me está ayudando muchísimo —respondió Consuelo.
—Es broma, es una amiga mía y había quedado con ella para hablar de su posible contratación —comentó Teresa.
—Me alegro un montón de que vaya a trabajar aquí —dijo la anciana apretando la mano de la monja.
Tras despedirse de Consuelo, las dos amigas fueron al despacho de la doctora Hernández.
—Si aceptas, puedes empezar ahora mismo, lo que he visto es exactamente lo que estaba buscando, así que estás contratada.
—Por supuesto que acepto y no quiero ningún privilegio, tan solo pido una casa cerca del hospital —comentó Sor Felisa.
—No hay problema, la estancia de al lado de la capilla está libre, ya que no tenemos párroco, así que te puedes quedar allí.
—Vale, mañana me mudo y empiezo a trabajar, tengo que ir a por mis cosas.
—Déjame antes invitarte a comer —dijo Teresa.
Tras la comida, la monja se fue a su hotel y Teresa volvió al trabajo, pero quedaron a primerísima hora de la mañana para presentarle al resto de personal de la unidad.
Felisa ya había conseguido entrar a trabajar, como era su objetivo, pues le gustaba ayudar a los demás.
Poco a poco las cosas fueron volviendo a la normalidad en el hospital provincial, no fue fácil, pero gracias al trabajo de todo el personal.Junto al esfuerzo del personal, Teresa dio varias entrevistas en medios de comunicación para explicar lo que había ocurrido y las medidas que habían tomado para evitarlo.Al mismo tiempo empezaron una campaña de publicidad a nivel nacional, a través de varios medios, para dar a conocer los servicios que daba el hospital provincial. Todo lo que hiciera falta para devolverle el prestigio que había tenido siempre.La directora era una luchadora y no era nada fácil tumbarla, pues siempre se ponía en pie.Las buenas noticias y la publicidad positiva para el hospital se seguían produciendo, pues habían exculpado a Felisa de todos los cargos, pues Francisco amplió su declaración, diciendo que lo que había hecho la enfermera había sido por su culpa.Si la doctora por este motivo ya estaba exultante, su boda con Fernan
Con el vengador encontrado y con el ladrón descubierto, el caso ya estaba cerrado, pero además habían acabado con una red de tráfico de mujeres, normal que el detective Andrade estuviera contento, pero había algo que le preocupaba y no tenía que ver precisamente con el caso.Fernando fue al hospital para buscar a Felisa, pues la llevaría él mismo al juzgado y también les acompañó Teresa, que no iba a dejar sola a su amiga en unos momentos tan delicados.Paco iría por su cuenta en compañía de su abogado, lo tenía muy difícil para no ingresar en prisión, pero lo que más le preocupaba es que iba a pasar con su hija y qué futuro le esperaba, pues no sabía lo que había hecho Felisa por ella.Por su parte, Paloma iba en el furgón policial directamente desde los calabozos de la comisaría y con la chulería de quien cree que se va a salir con la suya.Serían interrogados por separado por el juez y el fiscal en presencia de sus abogados, para que ninguno sintiera p
Tras pasar una tarde y una noche romántica, les tocaba volver a la realidad. Fernando y Teresa debían volver a la realidad, iba a ser unos días decisivos para la investigación, se sabría toda la verdad.Aprovechando que no estaban ni Teresa ni Fernando, Felisa aprovechó para quedar a primera hora con Paco, pues le había mandado un mensaje para verla, antes de que se destapara toda la verdad y posiblemente acabara en la cárcel. Quedaron en un parque cerca del hospital.—Buenos días, Paco, ¿estás mejor? —dijo la mujer dando dos besos al hombre.—Buenos días Felisa, un poco mejor sí, pero tengo miedo —expresó el hombre.—No te preocupes, todo saldrá bien —respondió ella dándole una palmadita en la espalda a pesar de todo lo que le había hecho Paco, al verle tan vulnerable, no pudo evitarlo.—No lo sé, pues cuando quede con Paloma, no sé si voy a poder cumplir, pues no me apetece nada.—Toma esto, es para mujeres, pero también te puede servir —d
Felisa apenas había dormido escribiendo la confesión para el detective Andrade, no quería olvidar ningún detalle, pues no quería que Paco ni Paloma quedaran libres. Sabía que esa confesión supondría su entrada en prisión, pero se libraría de las pesadas cadenas del remordimiento.Cuando Teresa se despertó, la enfermera estaba releyendo su declaración y pensando cómo iba a encontrar la chica que le había pedido Paco.—Hola, Teresa, espero no haberte despertado.—Hola, Felisa, no me has despertado, ¿qué tal estás?—Un poco nerviosa, pues sé que voy a entrar en prisión con esta confesión.—A lo mejor Fernando consigue que llegues a un acuerdo con el juez por colaborar y tu confesión.—Prefiero pagar por lo que he hecho, además hay cosas que no he dicho y de las que estoy arrepentida —dijo Felisa cubriendo sus ojos con sus manos.—Si quieres contármelo, te guardaré el secreto —comentó Teresa abrazando a su amiga.—Pero me da mucha
Fernando se acercó a casa de Teresa con unos cruasanes recién hechos para desayunar, pues sabía que a ella la encantaban.—Hola, amor, no te esperaba —dijo la directra cuando abrió la puerta.—Hola, corazón, quería darte una sorpresa para desayunar —comentó el detective dándole un beso.—Pasa, precioso, tengo café recién hecho.—Yo traigo tus cruasanes favoritos.—Eres un encanto —contestó ella saltando sobre él provocando que los dos cayeran al suelo.Fernando se levantó y la ayudó a levantarse y, cuando estuvo de pie, le dio un abrazo y un apasionado beso.El detective colocó los cruasanes en un plato y la directora sirvió dos tazas de café.—¿Has averiguado algo sobre el vengador, mi príncipe? —preguntó la doctora.—Todavía nada seguro, pero si voy cerrando el círculo, ya que es un policía —dijo el detective—. Te veo muy pensativa, ¿te pasa algo, cielo? —Continuó diciendo.—Tengo que contarte algo, pero no quie
Teresa casi no pudo dormir, pues, a parte de no ser su cama, también estaba nerviosa por el hombre que había ingresado y por saber los resultados del análisis del vial que había encontrado en el bolso de Felisa. Fuera cual fuera el resultado, debía informar al comité de ética y si la cosa era más fuerte, debería informar a Fernando, por lo que de una forma u otra traicionaría a su amiga, aunque era su obligación.—Buenos días, amiga, te has despertado muy pronto —dijo la monja.—No he dormido muy bien, he dado muchas vueltas a la cabeza —respondió la directora.—¿Es por el hombre que ha ingresado esta noche?—Sí, me ha sobrepasado y sorprendido.—Verás cómo es un infarto o algo así —comentó Felisa que en el fondo pensaba que no era un accidente.—No lo sé, últimamente están pasando cosas muy raras —dijo la directora.La monja dio un abrazo a su amiga y las dos juntas se fueron a desayunar chocolate con churros. Las dos ocultaban cosas
Último capítulo