Dándose la vuelta, subió al auto. Luciana observó cómo se marchaba, y no pudo evitar una sonrisa irónica. Se notaba que a él no le gustaba nada la situación. “¿Teme que le sea infiel?”, pensó ella. “No importa. Que sienta un poco de lo mismo que yo experimento cada día.”
***
Ya era bastante tarde cuando Alejandro terminó su trabajo y regresó al apartamento de Luciana. En lugar de irse a su propia vivienda, se arriesgó a despertarla y se adentró en su habitación. Hizo lo posible por no hacer ruido, pero al acostarse, Luciana se despertó:
—¿Por qué viniste?
—Te extrañaba —murmuró él, abrazándola—. Me cuesta dormir si no estoy contigo.
Luego le acarició el cabello y añadió:
—Tranquila, duerme.
Luciana, adormilada, no preguntó más, y al inhalar su aroma, Alejandro por fin sintió algo de paz.
A la mañana siguiente, cada cual siguió con su rutina. Durante el desayuno, ella soltó de repente:
—Hoy iré al hospital un rato.
Él se tensó. No hacía falta preguntar a quién iría a ver: seguro que no