—No es como lo estás imaginando —replicó Alejandro, interrumpiendo sus suposiciones—. No soy yo quien está siendo “arrastrado”. Al contrario, fui yo quien la buscó, quien insistió para que me diera una oportunidad…
—Ya basta, no sigas… —Mónica cerró los puños, con el rostro inundado de lágrimas—. ¿Cómo puedes ser tan cruel? ¿Acaso no sabes lo que yo quiero, lo que anhelo?
La voz de Mónica se quebró en un sollozo.
—Claro que lo sabes —continuó—. Y aún así me dices estas palabras tan despiadadas.
Alejandro se mantuvo serio, con los labios apretados, consciente de que de nada serviría explicar más.
—¿No tienes nada que decirme, Alex? —murmuró Mónica, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas—. ¿No hay ninguna explicación?
—Lo siento —pronunció Alejandro, tragando saliva.
—¿Lo sientes? —repitió ella, sin comprender. ¿Solo eso? ¿Un “lo siento” era todo lo que le quedaba de él, después de todo lo que habían pasado?
En realidad, era inútil cualquier justificación. Por más que hablara, el dolo