Ese mismo día, Luciana había invitado a Rosa a comer. Rosa había terminado su etapa de prácticas y había conseguido empleo, así que partiría pronto a su nuevo destino. Hacía tiempo que no veían a Martina, así que también la incluyeron. Las tres chicas charlaron y rieron mientras disfrutaban la comida.
Rosa, con cierta admiración, comentó mirando a Luciana:
—Entonces, después de todo, te has convertido en una mujer adinerada. Imagino que ya no necesitas trabajar.
Tenía algo de razón: con los últimos cambios en el testamento de Ricardo, Luciana se había vuelto la mayor beneficiaria. Incluso si no fuera la señora Guzmán, tendría mucho más que la mayoría de la gente corriente.
—Ay… —Rosa suspiró—. A diferencia de ti, no sé qué me depare el futuro.
Se levantó:
—Disculpen, iré un momento al baño. ¿Ustedes no?
—No, gracias —respondieron Luciana y Martina.
En cuanto Rosa se retiró, Martina tomó la mano de Luciana:
—No hagas caso a lo que dice. Eso de “mujer adinerada” y “ya no tienes que traba