Alejandro entrecerró los ojos mientras observaba a Luciana. Le vino a la mente la idea de qué pasaría si, alguna vez, ellos dos se separaran… ¿se lanzaría ella a atacar a quien interrumpiera su felicidad, del mismo modo que hoy defendía a Fernando?
Pero enseguida desechó la idea. Era demasiado aterradora, demasiado ajena a su realidad. Él no iba a perderla, nunca.
Se acercó con cautela y se sentó junto a ella. No dijo nada, esperando a que fuera Luciana quien rompiera el silencio. Y así fue.
Volteando hacia él, con un leve atisbo de sonrisa amarga, dijo con serenidad:
—Hace un rato, ¿por qué me detuviste cuando yo quería “ayudarla” a morir?
La pregunta lo tomó por sorpresa.
—¿Te cuesta responderme? —insistió Luciana, viendo su vacilación.
Alejandro guardó silencio. Ella curvó los labios con una sonrisa triste.
—Te doy una pista: ¿te preocupaba que Mónica muriera, o más bien que yo me convirtiera en una asesina? ¿Qué es lo que más te asusta?
—¡Luciana! —La miró con reprobación.
—Contést