Salvador arqueó las cejas. “Otra se aprovecharía para pedirle el favor del préstamo a cambio de nada”, pensó. “Pero esta ni se le pasa por la cabeza”. Sin comentar nada, simplemente la observó mientras ella tomaba su bolso y su abrigo.
—¡Hic! —Justo cuando se disponía a marcharse, a Martina le sobrevino un hipo, efecto de tanto llorar.
Avergonzada, se sonrojó, pero aun así se puso el abrigo a toda prisa y salió casi corriendo.
—¡Hic! —Incluso desde lejos, se escuchaba el eco de sus hipidos. Salvador esbozó una sonrisa leve.
—Caray, parece una niña —murmuró para sí.
Era tan pura y frágil que, de cierto modo, no se atrevía a forzar la situación. “Bah, da igual”, pensó.
—Manuel.
—Señor Morán —respondió Manuel, apareciendo en la habitación, listo para recibir órdenes.
Salvador se llevó un cigarrillo a los labios y con un gesto de la cabeza le indicó:
—Ocúpate de un asunto…
***
Aquella noche, Alejandro regresó temprano a casa. Tenía un compromiso más tarde, pero antes quería acompañar a Luc