De pronto se preguntó si Luciana sentía presión de tener un varón.
—No creas que por ser hijo único en la familia Guzmán hay alguna preferencia. Aquí no discriminamos, una niña puede heredar y perpetuar el apellido…
—¿Eh? —Luciana lo miró sorprendida por la seguridad con que hablaba. Él ni siquiera “sabía” que el niño fuera suyo, y sin embargo, ya consideraba concederle todos los derechos de un heredero.
Le vino a la mente aquella frase de Martina: “Que no le importe tu hijo solo puede significar verdadero amor”. El corazón de Luciana dio un vuelco.
—Alejandro… —susurró, con el pulso acelerándose.
“Este es el momento” pensó. “Puedo decírselo…”.
—Nuestro bebé… yo…
—¿Sí? ¿Qué pasa con él? —Alejandro la miró expectante. Un ligero temblor, como un presentimiento, flotó en el ambiente.
Parecía que iba a revelarse la verdad, hasta que un escándalo interrumpió:
—¡Apártense! ¡Quítense de mi camino! ¿Por qué no me dejan pasar?
Esa voz femenina, estridente y familiar, resonó por el pasillo de la