—¡Luciana! —exclamó Alejandro, dando un paso.
—¡Ni se te ocurra interferir! —lo cortó ella con un grito helado, sin darse la vuelta.
—¿Qué… qué piensas hacerme? —sollozaba Mónica.
Luciana inspeccionó el mueble del lavabo, encontró una pequeña hoja de afeitar y la levantó con una sonrisa siniestra.
—¿No lo oíste? ¡Voy a complacerte!
Cada palabra salía de sus labios con un filo gélido. Con un agarre firme, levantó el brazo de Mónica y le presionó la cuchilla contra la arteria principal.
—Será rápido. Soy bastante habilidosa. No sentirás mucho dolor. Con un solo tajo, te “liberaré”…
Los ojos de Luciana brillaban con un resentimiento profundo. Empezó a ejercer más fuerza sobre la muñeca de Mónica.
—¡Aaah…! —chilló Mónica, horrorizada, su cuerpo se tensó y trató de zafarse—. ¡No, suéltame! ¡No lo hagas!
—¿Por qué te resistes? —inquirió Luciana, fingiendo extrañeza—. Tú misma pedías la muerte. Deberías darme las gracias y aceptar gustosa, ¿no?
—¡No! ¡No…! —Mónica negaba con la cabeza, empapa