Alejandro entrecerró los ojos mientras observaba a Luciana. Le vino a la mente la idea de qué pasaría si, alguna vez, ellos dos se separaran… ¿se lanzaría ella a atacar a quien interrumpiera su felicidad, del mismo modo que hoy defendía a Fernando?Pero enseguida desechó la idea. Era demasiado aterradora, demasiado ajena a su realidad. Él no iba a perderla, nunca.Se acercó con cautela y se sentó junto a ella. No dijo nada, esperando a que fuera Luciana quien rompiera el silencio. Y así fue.Volteando hacia él, con un leve atisbo de sonrisa amarga, dijo con serenidad:—Hace un rato, ¿por qué me detuviste cuando yo quería “ayudarla” a morir?La pregunta lo tomó por sorpresa.—¿Te cuesta responderme? —insistió Luciana, viendo su vacilación.Alejandro guardó silencio. Ella curvó los labios con una sonrisa triste.—Te doy una pista: ¿te preocupaba que Mónica muriera, o más bien que yo me convirtiera en una asesina? ¿Qué es lo que más te asusta?—¡Luciana! —La miró con reprobación.—Contést
Dándose la vuelta, subió al auto. Luciana observó cómo se marchaba, y no pudo evitar una sonrisa irónica. Se notaba que a él no le gustaba nada la situación. “¿Teme que le sea infiel?”, pensó ella. “No importa. Que sienta un poco de lo mismo que yo experimento cada día.”***Ya era bastante tarde cuando Alejandro terminó su trabajo y regresó al apartamento de Luciana. En lugar de irse a su propia vivienda, se arriesgó a despertarla y se adentró en su habitación. Hizo lo posible por no hacer ruido, pero al acostarse, Luciana se despertó:—¿Por qué viniste?—Te extrañaba —murmuró él, abrazándola—. Me cuesta dormir si no estoy contigo.Luego le acarició el cabello y añadió:—Tranquila, duerme.Luciana, adormilada, no preguntó más, y al inhalar su aroma, Alejandro por fin sintió algo de paz.A la mañana siguiente, cada cual siguió con su rutina. Durante el desayuno, ella soltó de repente:—Hoy iré al hospital un rato.Él se tensó. No hacía falta preguntar a quién iría a ver: seguro que no
De pronto, Fernando cerró los párpados con fuerza, como si temiera que fuera una ilusión. Al volver a abrirlos, comprobó que Luciana seguía ahí.—¿Por qué me observas así? —bromeó ella—. ¿No me querías ver?—No, no es eso… —respondió él, todavía aturdido.—Ay, por favor —replicó Luciana con un tonito de impaciencia—. Tú estás enfermo, pero no tanto. Yo estoy embarazada y no debería cansarme. Anda, ve a buscar agua.—¡Ah… sí! —Fernando reaccionó al fin, tomó el jarrón y se metió al baño.Regresó al cabo de un momento, pasándole el florero lleno:—Luciana, aquí tienes.—Gracias.Él seguía pasmado, así que Luciana suspiró.—¿Te sorprende? Te dije que volvería, ¿no?—Sí… —Él asintió con expresión de sorpresa, sintiendo un ligero calor en el pecho, como si despertara de un largo letargo.***Tras la visita, Luciana se dispuso a marcharse. Mientras esperaba a que llegara el vehículo, vio de lejos a Clara. Ella caminaba con cara de pocos amigos, saliendo por la puerta este, y se encontró con
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los había maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrastra
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p
Luciana entendió, pero para ella el matrimonio no era un juego, por lo que dudó, mientras negaba con la cabeza.—No es necesario, ¿por qué no intentas hablar con tu abuelo…?Sin embargo, no pudo terminar su frase, cuando él la interrumpió.—Como condición, te daré una compensación económica. —El semblante de Alejandro no cambió en lo más mínimo, su tono era tranquilo y sin emociones.¿Compensación económica? Luciana se quedó atónita, y no fue capaz de pronunciar las palabras con las que pensaba rechazarlo. Después de todo, todavía necesitaba el dinero para el tratamiento de su hermano y ella había acudido a la familia Guzmán por ese motivo.—Solo tienes que aceptar, y te daré el dinero que necesites —añadió Alejandro, al notar que ella vacilaba.Luciana permaneció en silencio unos segundos, antes de asentir.—Está bien, acepto.Alejandro bajó la mirada, ocultando el frío desprecio que asomaba en sus ojos. ¡Qué barata había resultado! No tenía problema en venderse por dinero. Sin em
Luciana se tambaleó y casi perdió el equilibrio.—Señor, ya está aquí. Su abuelo está estable, solo un poco débil, necesita descansar y cuidarse bien —dijo el médico, quien acababa de revisar a Miguel, al ver a Alejandro—. Presta atención a su dieta y, sobre todo, asegúrate de que esté de buen ánimo. Lo más importante es que esté feliz y sin preocupaciones.Acto seguido, salió de la habitación, dejándolos a los tres a solas. Miguel, medio recostado, les hizo una señal para que se acercaran.—Alex, Luci, hoy se casaron, ¿no te dije, Alex, que debían disfrutar de su luna de miel y no venir a verme?—Señor Guzmán —dijo Luciana, y tragó saliva con nerviosismo—, lo siento…—¿Aún no cambias la forma de dirigirte a mí? Además, ¿por qué te disculpas? —preguntó Miguel, desconcertado.—Yo… —comenzó a responder, pero Alejandro la interrumpió con un leve tirón de su muñeca. —Luciana quiere decir que, dado que aún está hospitalizado, no podíamos concentrarnos en nuestra luna de miel, así que de