—¿No puedo rendir respeto a su madre? —preguntó, algo torpe.
—No es eso —negó Luciana—. Tengo que ir con mis padres. Con permiso.
Al terminar, alzó sus flores y siguió su camino.
—¡Luciana!
—¡Oye!
Juana, totalmente confundida, sujetó a Alejandro y bajó la voz:
—¿Qué está pasando? ¿Por qué está mal que yo saludara a tu mamá?
Alejandro se llevó una mano al cabello.
—No hiciste nada malo; solo que mi suerte… es pésima. ¡Tenías que aparecer justo hoy!
Se soltó de su agarre.
—Y ahora, por favor, deja de seguirme.
—¡Oye! —protestó Juana, pero Alejandro no volvió la vista atrás y salió corriendo tras Luciana.
Luciana visitó primero la tumba de su madre y luego se dirigió a la de Ricardo.
Comparada con la de su mamá, aquella parcela era mucho más amplia. En realidad, su madre debería descansar a un costado de su padre… si Clara no la hubiera echado tiempo atrás.
—Papá —susurró Luciana, arrodillándose muy despacio ante la lápida. Hacía más de diez años que no pronunciaba ese título y, aun así,