—Entiendo —asintió Luciana con una sonrisa—. Eres un padre muy atento.
Aun así, resultaba extraño que un papá tan dedicado estuviera distanciado de su hija mayor.
Luciana lanzó una conjetura audaz: ¿sería que este Kevin y la Cristina de aquel día tienen madres diferentes?
Desde luego, era asunto suyo y ella no preguntó.
Además, el niño estaba presente; no era momento de hablar de la intimidad de los adultos.
Kevin, incómodo del estómago, apenas probó bocado y enseguida le dio sueño.
Enzo lo llevó al sofá del reservado, lo recostó y le cubrió con su chaqueta.
Al volver a la mesa, suspiró.
—Kevin extraña mucho a su mamá. Si te incomodó, lo siento en su nombre.
—No pasa nada —negó Luciana—. Pero, ¿dónde está su mamá?
—No lo sé.
Enzo se frotó la frente con un suspiro: —Se fue hace tiempo. He rastreado todo Toronto y nada. Por eso vine a Muonio.
—¿Tu esposa es de aquí?
—Sí —asintió—. Vine para hallarla; si tampoco está en Muonio, no sé dónde buscar.
Mientras hablaba fruncía el ceño, lleno d