Luciana perdió a su madre a una edad temprana, y su padre se volvió a casar rápidamente con una mujer que trajo consigo a Mónica, su hija ilegítima. Desde entonces, su vida se convirtió en un tormento bajo la crueldad de su madrastra, quien no solo la maltrataba a ella, sino también a Pedro, su hermano menor, quien sufre de autismo. Desesperada por conseguir dinero para el tratamiento médico de su hermano, Luciana se ve obligada a seguir las órdenes de su madrastra y sustituir a Mónica para vender su cuerpo a un hombre repugnante. Sin embargo, en su nerviosismo, Luciana se equivoca de habitación y se encuentra con un hombre que había sido drogado. En la oscuridad, ese hombre siente una conexión especial con ella, que lo convence de que ha encontrado a su amor destinada. Pero al día siguiente, una serie de malentendidos lo lleva a confundir a Luciana con otra persona, y le promete matrimonio a la chica equivocada. Mientras tanto, Luciana descubre que ha quedado embarazada… ¿Qué destino le espera a Luciana junto a Alejandro, el hombre con quien estaba comprometida desde su niñez? ¿Podrá este encuentro accidental transformarse en un amor idílico, o el pasado y los malentendidos serán demasiado fuertes para superarlos?
Leer más—No.—Tú… —él no escuchó. Martina, desesperada, forcejeó; sin querer, le soltó una bofetada.Salvador se quedó helado, pensó: “¿Me pegaste? ¿Tanto no quieres tener un hijo mío? ¡Somos esposos! ¿No es lo natural?”—No quise pegarte —Martina bajó la voz, con culpa—. Pero habíamos acordado otra cosa.—Eso fue antes. Ahora quiero ser papá pronto.—¿Por qué? —no lo entendía—. ¡Yo no quiero!Aquello lo punzó.—¿No quieres?—Quiero decir… ahora no. ¿No te parece que, como estamos, no es sensato?—¿Cómo “estamos”? —la voz de Salvador se volvió fría—. ¿Qué tiene de “no sensato”?“¿De verdad tengo que decirlo?”, pensó Martina. Suspiró.—Te lo diré claro: siento que lo nuestro aún no es firme. No sé si vamos a aguantar en el tiempo. ¿Para qué traer un hijo en medio de la duda?Sí, hoy muchos se divorcian, y hay muchos hijos con padres separados. Pero no hay que traer una vida así, sin certeza. Sería irresponsable con ese bebé.No imaginó que esas palabras prenderían el enojo que Salvador había ma
Apenas Martina entró al cuarto, Salvador se metió detrás.—¡Marti!—¿Qué haces?Él le sujetó el brazo; ella se lo soltó sin dudar.—¿Estás mal de la cabeza? —lo fulminó—. ¿Vuelves a desconfiar de mí, sí o no? ¿Crees que pasa algo con Vicente, sí o no?—¿Entonces por qué a él sí le avisaste de tu graduación y a mí no? —Salvador no lo negó—. Salieron a celebrar… encima te compró un regalo. Y yo, tu marido, ni enterado.—¿Avisarte? —Martina soltó una risa incrédula—. ¿De verdad tengo que decírtelo todo con peras y manzanas? Cuando me buscabas, no eras así.En ese entonces él sabía su horario de la UCM y del hospital universitario al dedillo.—¿Qué pasó, señor Morán tan capaz? ¿No sabías qué día me graduaba?Salvador se trabó.—Creí que, siendo esposos, me lo dirías tú.—Ah —asintió ella, seca—. O sea que como ya somos esposos, no vale la pena que tú sigas poniendo atención.Se dio la vuelta y entró al vestidor.Salvador se frotó las cejas. No pensó que acabarían así. La siguió; le enroscó
—¿Mm? —Salvador apretó el brazo y la atrajo un poco más hacia su pecho; había un aviso silencioso en el gesto.—Está bien —Martina tuvo que ceder. Les sonrió a los tres, pidiendo disculpas—. Me voy primero. La próxima yo invito.—Va.—Vayan, vayan.Salvador la rodeó por la cintura y, al darse la vuelta, notó a Vicente: esos ojos parecían pegados a su esposa.Afuera, ya en el auto, a Salvador se le cayó la máscara; el gesto, hundido. Condujo sin decir palabra. Martina le echó dos miradas de reojo: “¿Y ahora qué trae?” Al final, con el trajín del día, cabeceó y se durmió.—Marti.La despertó cuando llegaron al Residencial Jacarandá.—¿Ya? —se frotó los ojos.Estaba por bajar cuando oyó el tono cortante de Salvador:—¿De veras no entiendes o te haces? Doctora Hernández tan lista… me vas a decir que te haces.—¿Qué quieres decir? —el sueño se le fue; sonrió de medio lado—. Si tienes algo que decir, dilo. Sin indirectas.—Perfecto. —Se soltó el cinturón y se inclinó hacia ella—. Estoy de ma
El bullicio al otro lado del teléfono era claro: no estaba sola; se oían voces de hombres y mujeres.—¿Estás afuera, con tus compañeros? —Salvador se tragó el mal humor y habló suave—. Ya es tarde. Voy por ti.—¿Por mí? —Martina se sorprendió—. ¿Volviste?En su tono había más asombro que alegría. A Salvador se le crispó algo por dentro, pero no lo dejó salir.—Sí, ya estoy aquí. ¿Dónde estás?—No hace falta… —ella quiso cuidarlo—. ¿Recién llegaste? El vuelo cansa. Duérmete temprano…—¿Dónde. Estás? —la molestia se le filtró, lenta y densa—. Dije que voy por ti.Martina alcanzó a sentir el filo. “Está molesto.” Cedió:—Ok. Estoy en la zona de bares de Calle del Nopal.—Voy en camino.Colgó con la cara ensombrecida, tomó las llaves y volvió a salir.***De noche, la zona de bares de Calle del Nopal ardía. Al entrar, la música lo golpeó como ola: subgrave en el pecho, luces bajas. No vio primero a Martina: vio a Fernando.—Señor Morán —Fernando se puso de pie.Salvador inclinó apenas la c
—Sí. —Vicente sonrió con amargura—. Pero, Fer, si te digo que de verdad no fue a propósito en ese momento… ¿me creerías?—…No te sigo. Explícate —Fernando frunció el ceño.—Heh… —al dolor de Vicente se le notaba en la cara—. Tenía miedo de perderla como amiga y por eso terminé aceptando salir con ella. No pensé qué venía después… Yo creí que solo éramos buenos amigos.—¿Y ahora? —Fernando, impasible. Si hablaba tanto, era porque venía un giro.—Ahora… —a Vicente la amargura se le subió a la lengua—. Hay personas y cosas que, cuando son tuyas, casi ni las sientes, piensas que es costumbre. Pero en cuanto las pierdes, entiendes que no tienen reemplazo.Para él, Martina era esa irremplazable.Fernando se atragantó y se rió, incrédulo.—No me digas que apenas entendiste que lo tuyo por ella no era amistad, sino cosa de hombre y mujer.—¿Soy muy tonto? —Vicente lo miró con ojos de cachorro.—¡Tonto, y a lo grande! —Fernando ya no hallaba adjetivos—. ¿De verdad no sabías si te gustaba, si la
Las dos eran como hermanas y no se guardaban secretos. Martina le contó a Luciana todo lo de la isla.—Con razón —Luciana se quedó callada un momento y suspiró—. Salvador y Alejandro son muy amigos.Aunque ya sabía la verdad sobre Mónica Soler, había algo esencialmente parecido en cómo esos dos hombres manejaban los afectos.—Marti —Luciana no pudo evitar mirarse a sí misma en el espejo de su consejo—, por lo que cuentas, él te trata bien. Aún llevan poco. No tomes decisiones en caliente.—¿Qué crees que voy a hacer? —Martina sonrió—. ¿Divorciarme recién casada?Negó con la cabeza.—Tú sabes que no tengo ese valor. —“No puedo decepcionar a mi familia”, pensó.Luciana cambió de frente y le tocó la cara.—Estás más flaquita. Dijiste que no te cae la comida. Después del trabajo ven conmigo a ver a Gabriela —la estudiante de Tomás Gutiérrez, buena para ajustar el estómago—. Que te dé algo para regular.—Va. —A Martina también le parecía raro estar comiendo tanto sin subir ni un gramo. Un p
Último capítulo