Mundo ficciónIniciar sesiónLuciana perdió a su madre a una edad temprana, y su padre se volvió a casar rápidamente con una mujer que trajo consigo a Mónica, su hija ilegítima. Desde entonces, su vida se convirtió en un tormento bajo la crueldad de su madrastra, quien no solo la maltrataba a ella, sino también a Pedro, su hermano menor, quien sufre de autismo. Desesperada por conseguir dinero para el tratamiento médico de su hermano, Luciana se ve obligada a seguir las órdenes de su madrastra y sustituir a Mónica para vender su cuerpo a un hombre repugnante. Sin embargo, en su nerviosismo, Luciana se equivoca de habitación y se encuentra con un hombre que había sido drogado. En la oscuridad, ese hombre siente una conexión especial con ella, que lo convence de que ha encontrado a su amor destinada. Pero al día siguiente, una serie de malentendidos lo lleva a confundir a Luciana con otra persona, y le promete matrimonio a la chica equivocada. Mientras tanto, Luciana descubre que ha quedado embarazada… ¿Qué destino le espera a Luciana junto a Alejandro, el hombre con quien estaba comprometida desde su niñez? ¿Podrá este encuentro accidental transformarse en un amor idílico, o el pasado y los malentendidos serán demasiado fuertes para superarlos?
Leer másComo ya sospechaba algo, Martina empezó a ponerle más atención a Marc y, a propósito, lo observó de cerca. Varias veces lo sorprendió contestando llamadas a escondidas. Incluso fue a la empresa a buscarlo y, en dos ocasiones —en pleno horario laboral—, no lo encontró.No estaba bien. Para nada.Lo había encarado varias veces, pero Marc siempre se salía por la tangente, balbuceaba y jamás decía la verdad.Al final, Martina igual le pescó la punta del hilo.Esa noche, después de cenar, Marc se levantó para contestar una llamada. Martina, ya sobre aviso, lo siguió sin hacer ruido.Él se detuvo en la terraza y no notó que su hermana estaba detrás.—¿Otra vez llamas? ¡Ya te di el dinero! —espetó.Del otro lado dijeron algo que Martina no alcanzó a oír.La expresión de Marc se tensó, cada vez más nerviosa; la rabia se le notaba.—¿Qué? ¿Más? ¿No van a parar nunca?Guardó silencio un momento, escuchando.—Está bien —cedió al fin, con impotencia—. ¿Cuánto esta vez?Apretó los dientes.—De acue
Con las gestiones y llamadas de Laura, Marc fue en persona a ofrecer disculpas, primero a la intermediaria y luego a la chica a la que había dejado plantada.Para sorpresa de todos, a los dos días llegó una buena noticia. La intermediaria llamó: la joven aceptó las disculpas y, además, le había quedado una impresión favorable de Marc.—La muchacha quiere intentarlo con Marc —dijo—. Señora Hernández, pregúntele si él también quiere.Laura se puso feliz y, apenas colgó, fue a contarle a Marc.—Hijo, ¿tú qué dices? Ya la viste. ¿Qué te pareció?Marc se puso rojo hasta las orejas y no encontró palabras.—¡Habla! —Laura se desesperó—. ¿Parí una piedra o qué?—Pff… —Martina soltó la carcajada. Le dio unas palmaditas a su mamá y miró a su hermano, con las mejillas encendidas—. Mamá, ¿de veras no lo ves? ¿Cuándo lo has visto así de rojo? —Le guiñó a Marc—. A que te gustó la chica, ¿o no?Y sí, sí. Entre hermanos, la juventud se olía. Para Marc también había sido un imprevisto: apenas entró a d
—Si tú no te ibas a descansar, Martina tampoco; y ella no podía desvelarse —dijo Carlos, mirando a su hija.A Laura se le enterneció el gesto por la niña y solo asintió.—Está bien, a dormir.“Ese mocoso podía escaparse un rato, pero no iba a dejar de volver a casa”, pensó.La familia recogió y se fue a dormir.A la mañana siguiente, Martina fue la primera en despertar. Al bajar las escaleras, oyó ruido en la entrada. Se acercó y vio a Marc, que no había vuelto en toda la noche.—¿Hermano? —abrió los ojos de par en par—. ¿Hasta ahora regresas? Te aviso que… ¡estás frito!Lo llevó al sofá de la sala y lo sentó.—A ver: la cita arreglada de anoche… ¿por qué no fuiste?—Yo… —Marc titubeó—. Sí fui.“Si no, ¿por qué habría pasado la noche fuera?”, pensó.—¡Ajá! —Martina lo fulminó con la mirada—. ¿Todavía mientes? La intermediaria llamó: dijo que dejaste plantada a la chica.Marc se quedó frío, con los labios entreabiertos. Iba a hablar, pero se contuvo.—¡Tú…! —Martina le dio un toquecito
En la casa de los Hernández, lo que decía Laura era ley.Marc refunfuñó un rato, pero al final aceptó a regañadientes.—Hermano —Martina lo jaló a un lado—, no pongas esa cara. Es una cita arreglada, no una boda. La conoces, y si no te gusta, la invitas a cenar con toda cortesía y ya.—Ajá —Marc esbozó una sonrisa torcida—. Supongo que no hay de otra.Aquella noche, obedeció la agenda de su madre y fue, muy formalito, a la cita.Era la primera vez que Marc se veía con una chica con miras a una relación —e incluso al matrimonio—, así que toda la familia estaba nerviosa. La más intranquila, por supuesto, era Laura. Cada tanto tomaba el celular, se moría de ganas de llamarlo para preguntar cómo iba todo: qué tal era la chica, si le había gustado…—Mamá —Martina lo notó y le cortó la idea—. No te precipites… respira. Están en una cita; si lo llamas ahora, a ella le va a caer pésimo. Capaz y le cuelga la etiqueta de “hijo de mami”.—¿Tan grave?—Sí. Si yo buscara pareja, no me encantaría qu
—Gracias —dijo Martina sin negarse y tomó el vaso—. Sé que no te falta dinero, así que no me voy a poner tímida… ¡bye!Se dio la vuelta con el café en la mano y se fue. Salvador Moran se quedó donde estaba, mirando cómo su figura se alejaba. De pronto, como si ella supiera que él aún la observaba, alzó el brazo de espaldas y lo movió en un saludo.—¡Me voy!—Ja… —Salvador soltó una risa mínima. Recordó que, un año atrás, allí mismo la había visto por primera vez: parada en la puerta de la cafetería, dudando qué sabor elegir. Ahora, en ese mismo lugar, se despedían.Cerró los ojos. El sol le dio de lleno en los párpados con un ardor que casi dolía.***Esa noche, Salvador dejó Isla Minia y regresó a Ciudad Muonio.—¿Así nada más… cortaron? —Jacobo no salía de su asombro.Alejandro y Jael solo lo miraron en silencio; la compasión se les notaba en la cara.—¿Y qué otra cosa podía hacer? —Salvador forzó una media sonrisa, con amargura—. Si quiere volver a ser amigos, yo solo puedo aceptar.
Al ver lo nervioso que estaba, Martina se quedó un segundo inmóvil y luego sonrió. Quiso bromear, pero las palabras no le salieron. Suspiró bajito y asintió.—Está bien, te perdono.Salvador se quedó helado. La respuesta que había esperado —la que hasta en sueños había deseado— le llegaba así, sin resistencia. Le pareció más irreal que un sueño.Tragó en seco, incrédulo.—Martina, ¿de verdad?—Ajá. —Ella giró la taza entre las manos, con una sonrisa franca—. ¿Alguna vez me oíste mentir? Si no te perdonara, te lo diría de frente y pelearíamos. Ya lo hemos hecho antes, ¿o no?Se refería a los días de la isla.Salvador asintió. Martina nunca había sido de pensar una cosa y decir otra. Tenía la mente limpia, el carácter directo.Pero él no era ingenuo. En el gesto de ella leyó una parte de lo que pensaba. Bajó la mirada y habló casi en un suspiro:—Me perdonaste… pero tampoco piensas volver a tener algo conmigo, ¿cierto?Martina se sorprendió un instante; la sonrisa se le congeló. Luego as





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