Luciana perdió a su madre a una edad temprana, y su padre se volvió a casar rápidamente con una mujer que trajo consigo a Mónica, su hija ilegítima. Desde entonces, su vida se convirtió en un tormento bajo la crueldad de su madrastra, quien no solo la maltrataba a ella, sino también a Pedro, su hermano menor, quien sufre de autismo. Desesperada por conseguir dinero para el tratamiento médico de su hermano, Luciana se ve obligada a seguir las órdenes de su madrastra y sustituir a Mónica para vender su cuerpo a un hombre repugnante. Sin embargo, en su nerviosismo, Luciana se equivoca de habitación y se encuentra con un hombre que había sido drogado. En la oscuridad, ese hombre siente una conexión especial con ella, que lo convence de que ha encontrado a su amor destinada. Pero al día siguiente, una serie de malentendidos lo lleva a confundir a Luciana con otra persona, y le promete matrimonio a la chica equivocada. Mientras tanto, Luciana descubre que ha quedado embarazada… ¿Qué destino le espera a Luciana junto a Alejandro, el hombre con quien estaba comprometida desde su niñez? ¿Podrá este encuentro accidental transformarse en un amor idílico, o el pasado y los malentendidos serán demasiado fuertes para superarlos?
Leer másEn el humo, Alejandro se perdía en sus pensamientos. Rememoraba el rostro dormido de Mónica en la cama del hospital, sintiéndose culpable. No era ningún tonto: sabía que en su momento compartieron algo fuerte. Ella tenía sus propias expectativas, y él lo veía con claridad.Hasta hacía poco, según los planes de su abuelo, habría podido abandonar a Luciana y volver con Mónica. Pero no lo hizo.Él y Mónica… había un pasado. Un hijo que no logró nacer. Una joven a quien había amado años atrás, a quien llamó “Mariposita.”Y aun así… la dejó atrás.Para él, Mónica quedaba en el pasado, y quizás, para ella, él también. Al fin y al cabo, era él quien le falló.Justo entonces, Luciana se acercó con paso cauteloso y notó que la terraza estaba repleta de flores de mariposa, igual que en Casa Guzmán. Se le oprimió el pecho.El hombre que se hallaba ahí, fumando con aire melancólico, la hacía pensar que estaba conmemorando algo que los unía a él y a Mónica.Luciana sintió deseos de retroceder, de d
—¿Señor Guzmán? —contestó la voz por el altavoz.—Por favor, que entre alguien a limpiar. Y avisen a las enfermeras, ya pueden ingresar para continuar el tratamiento.—De acuerdo, señor Guzmán.Mónica alzó la vista, mirándolo con un deje de ansiedad:—Alex… ¿has estado muy ocupado últimamente? Casi no vienes… ya no es como antes, que venías todos los días. A veces pasan dos o tres días sin verte…Alejandro guardó silencio unos segundos, recordando a Luciana que lo esperaba afuera.—He tenido varios asuntos que atender. Pero no pienses mal, no voy a dejarte tirada. Colabora con los doctores y sanarás más rápido.Cualquier otra conversación sería demasiado complicada en ese momento. Mónica tenía el ánimo frágil, y si se alteraba, su condición podía empeorar.Recibió la dosis de medicamento, que incluía un sedante leve. En cuestión de minutos, Mónica quedó medio adormilada.Alejandro se levantó con cuidado, dándole instrucciones a la enfermera:—Por favor, vigílenla bien.—No se preocupe,
—Podría ser gente de Canadá… o tal vez no. Todo es muy confuso, y esa clase de criminales no es fácil de rastrear —Intentó zanjar el tema con un gesto—. Mejor no le des más vueltas. Ocúpate de tu embarazo, nada más.Luciana apreció su buena intención y asintió:—Confío en que, tarde o temprano, se hará justicia. Alguien que actúa con tanta crueldad no va a escapar así como así.Aunque detestara a Mónica, no era de las que deseaban que la gente sufriera por el simple hecho de ser su rival.—En cuanto a ella… —murmuró—. Haz lo que tengas que hacer. No soy quién para decirte que la dejes de lado, es tu responsabilidad.“Tal como lo dijo alguna vez”, pensó Luciana. “Si Alejandro de verdad fuera de los que abandonan a la gente en un momento de necesidad, ¿qué clase de hombre sería?”—Luciana… —susurró él, mirándola con emoción y rodeándola con los brazos.Tenía tantas palabras atascadas en la garganta, pero solo logró pronunciar:—Gracias… de veras, gracias.Ella respondió a su abrazo, cerr
Muchos en el hospital conocían la relación de Alejandro y Luciana y simpatizaban con ella, así que les indigna la posición de Mónica.—Una que engaña, otra que es la amante… ¡Qué pareja tan conveniente!En ese instante, Alejandro y Luciana llegaron por el pasillo. El semblante de él se oscureció, y miró con fiereza a las dos enfermeras que hablaban. Ellas se tensaron al reconocerlo:—Señor Guzmán, doctora Herrera…—Vaya, se nota que se divierten con sus “comentarios” —escupió Alejandro con un tono amenazante—. ¿El hospital las contrató para…?—Basta —lo interrumpió Luciana, dándose cuenta de que pretendía despotricar contra ellas. Asintió a las enfermeras con un ademán de mano—. Sigan con lo suyo, por favor.—Gracias, doctora Herrera —dijeron, sintiéndose aliviadas.Cuando se alejaron, Luciana fulminó con la mirada a Alejandro:—¿En serio te vas a desquitar con ellas?—¡Estaban diciendo barbaridades! —replicó él, molesto y un poco ofendido—. ¿Desde cuándo soy un “infiel”?Claro, pensó
Su voz sonaba tenue y el gesto sombrío. Él adivinó que estaba molesta. Al final de cuentas, Mónica aún era el mayor obstáculo entre ellos.Hace tiempo que Alejandro le había contado todo a Luciana, se lo había prometido… le había dicho que para él, su historia con Mónica era cosa del pasado. Pero entendía que las palabras no bastaban; solo sus actos podrían confirmarlo.Sin decir más, rodeó con los dedos la mano de Luciana.—¿De verdad quieres que me vaya?Ella alzó la mirada, con una mueca que buscaba parecer divertida.—¿Y si te digo que no? ¿Te quedarías?—Te hice una pregunta primero —replicó, intentando salir airoso con un simple juego de palabras—. Mejor respóndeme tú primero.Luciana se quedó en silencio, sintiéndose acorralada. Hasta hace poco, su actitud ante la relación era distante; podía decir lo que quisiera sin sentirse comprometida. Pero ahora, había decidido darle una oportunidad a esa historia. Cuando dos personas están juntas, hay mucho más que ponderar.Mirándolo con
—¡Ja!, ni lo digas. Entre mejor sea la chica, más difícil de conquistar…—Ajá… —farfulló Alejandro con un leve fruncimiento de ceño, aunque en el fondo se veía más divertido que molesto—. ¿Quién les dio permiso de llamarla “Luciana”, eh?Juan y Simón se quedaron sin palabras, atónitos. ¿Ni siquiera podían nombrarla? ¿Tanto era su afán de exclusividad? Entonces Alejandro soltó una risa y declaró:—De ahora en adelante, llámenla “cuñada”.Los dos hermanos se miraron estupefactos, pero enseguida rompieron a reír y contestaron al unísono:—¡Entendido, primo! ¡“Cuñada”!—Muy bien. —Él alzó la barbilla con expresión de triunfo—. Y díganle a Sergio que no se confunda cuando la vea, o le recorto el bono.***A la mañana siguiente, Alejandro llegó a casa de Luciana mucho más temprano que de costumbre.—¿Tan pronto? —Luciana salió a medio vestir, con cara de sueño—. ¿Qué pasó?—Nada —contestó él, incapaz de decirle que aún temía haber soñado todo. Solo al verla respiraba tranquilo—. Te traje alg
El calor de su abrazo fue haciendo que Luciana se relajara poco a poco. La ansiedad seguía latente, pero la sensación de pánico se suavizó.Pasó un buen rato de silencio compartido.—Oye… —murmuró ella al fin, empujándolo ligeramente. Su voz sonaba ronca por haber llorado.—¿Mmm? —Él ni se movió—. Dame un poco más de tiempo. Déjame abrazarte un poco más.—Hmpf… —Luciana puso mala cara y se zafó—. ¡El agua se está enfriando!—¿Qué? —Alejandro se sobresaltó, mirando el recipiente con agua para los pies—. Ay, perdóname, se me pasó.Con rapidez se agachó, tomó la toalla, y con un cuidado infinito secó los pies de Luciana.—Lo siento, lo siento. Se me fue la mano…Con suavidad, le sonrió para calmarla. Ella se limitó a ignorarlo, algo enojada.—No vuelvas a dejarme congelándome, ¿entiendes?Él apenas se encogió de hombros y le dio un beso a uno de sus pies.—¡Alejandro! —exclamó ella, sobresaltada—. ¿Te volviste loco? ¿Te parece que eso está limpio?—¿Y? —replicó él con un matiz de burla—.
Estaba pensando en los riesgos que Alondra le había mencionado antes.—No, no hay peligro real, señor Guzmán. Creo que está siendo un poco alarmista…—Alejandro. —La voz de Luciana resonó a sus espaldas.—Hablamos luego, adiós —soltó de inmediato, colgando y dándose la vuelta con una sonrisa forzada, procurando que no notara nada extraño—. ¿Ah? ¿Qué decías?—¿A quién llamabas?—A Sergio —mintió sin pestañear.Luciana esbozó una risa escéptica. Ya estaba acostumbrada a sus pequeñas mentiras piadosas.—¿Te bañaste? —preguntó él, cambiando de tema.—Sí, me di una ducha rápida.Alejandro revisó de reojo sus pies.—¿Te sumergiste los pies?—¿Ah? —Luciana se quedó pasmada—. No… ¿Por qué habría de hacerlo?—Te vendría bien un remojo —comentó él, y la condujo hasta el sofá—. ¿Tienes un balde grande o algo por el estilo?—¿Eh? No, no tengo un balde para los pies.—Mmm… ¿y una palangana o algo así?—Tal vez una tina pequeña. Pero, ¿para qué…?—Espera. —Él fue al baño y regresó con una palangana,
Al escuchar eso, Alejandro acarició con delicadeza los pies de Luciana y respondió con serenidad:—De acuerdo. Juro que lo que voy a decir es absolutamente cierto, sin engaños… si te miento, que me quede solo y sin lo que más amo.Se tomó un instante antes de continuar, palabra a palabra:—Nunca lo he hecho con nadie más. Solo contigo. Antes no lo hice, y después de ti no habrá otra.Luciana lo contempló, sobrecogida. ¿Estaría él siendo sincero sin temor alguno? ¿O se tomaba las promesas a la ligera? Quiso creer que era completamente honesto.—De acuerdo… —murmuró ella, asimilando todo.—Bien, ahora me toca preguntar a mí —dijo Alejandro, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Luciana—. ¿Te das cuenta de lo que implica? No cualquiera puede exigirme un juramento como este y confirmar algo tan… personal.Ella bajó la cabeza. Pasaron un par de segundos antes de que asintiera con lentitud.—Lo sé —admitió.Al fin y al cabo, ambos eran conscientes de la naturaleza de esa confesión