83: Sin escapatoria.

Regresamos a nuestra mesa con la misma elegancia calculada con la que habíamos entrado, como si nada hubiese pasado. Pero sí había pasado. Lo sentía en el ambiente.

Todas las miradas estaban sobre mí.

Los invitados cuchicheaban disimuladamente entre copas de champán, las mujeres me escaneaban de pies a cabeza con esa mezcla de curiosidad y malicia que tanto conocía… y los padres de Valentino… Ah, ellos no apartaban los ojos de mí. Sobre todo su madre. Su mirada era punzante, fija, como si intentara perforar mi fachada para sacar la verdad a la fuerza.

Admito que me incomodaba un poco, como una espina invisible clavada en la espalda, pero no iba a darles ese gusto. No volteé ni una sola vez hacia su dirección. Para mí, ellos no existían.

—Todos te miran —murmuró Mirko, inclinándose hacia mí.

Solté una risa suave, casi divertida.

Claro que me miraban. Se suponía que estaba muerta. Y ahí estaba yo, viva, resplandeciente y tomada del brazo del hombre menos esperado.

—Esto está muy aburrid
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