30: El corazon de un demonio.
Un par de días habían pasado y, aunque intentaba convencerme de que me daba igual, notaba algo distinto en el aire. Valentino se veía cada vez más estresado; su rostro serio, las sombras marcadas bajo sus ojos y la tensión en su mandíbula lo delataban. Yo… yo estaba excluida. Y lo curioso era que, al principio, eso era lo que había deseado. Quería distancia, quería un respiro de su presencia sofocante. Sin embargo, esa parte irracional y estúpida de mí lo echaba de menos. Extrañaba hasta su cercanía más incómoda. Era ridículo desear aquello, pero lo sentía igual.
Aquel día había llegado muy temprano y se había encerrado en su oficina. Llevaba allí horas, tantas que perdí la cuenta. Nadie lo había visto salir y, para colmo, tampoco había pedido comida.
Me acerqué a la cocina y pregunté a una de las mujeres que nos ayudaban si él había comido algo. Tal y como sospechaba, no había probado bocado en todo el día.
—¿Quiere que le prepare algo, señora? —me ofreció una de ellas con amabili